Había decidido que era hora de probar algo nuevo. Después de años usando el mismo desodorante, me dije: "¿Por qué no cambiar un poco las cosas? Quizás un nuevo aroma o un formato diferente sea justo lo que necesito." Así que me dirigí al supermercado y pasé casi media hora en el pasillo de los productos de higiene personal, oliendo, comparando marcas y leyendo etiquetas. Finalmente, me decidí por un desodorante en barra con un empaque minimalista y elegante que decía en letras grandes: "¡Frescura garantizada todo el día!"
Al día siguiente, después de la ducha matutina, decidí estrenarlo. Abrí la caja y, emocionado, leí las instrucciones: “Retire la tapa y empuje desde abajo.” Me detuve un momento. "Bueno, parece bastante claro", pensé, aunque me pareció curioso que pusieran énfasis en el detalle de empujar desde abajo.
Siguiendo al pie de la letra lo que decía, retiré la tapa y, lleno de confianza, coloqué el desodorante en posición... pero entonces surgió la duda. "¿Qué tan literal será esto de 'empujar desde abajo'? ¿Se referirán al empaque o a mi cuerpo?"
Decidí interpretar las instrucciones de la forma más directa posible. "Quizás esta sea una de esas nuevas tendencias de aplicación de desodorante que aún no entiendo", pensé. Así que con mucho cuidado, procedí a... bueno, ya te imaginas.
El resultado fue inmediato. Una sensación extraña, fría y un tanto incómoda me recorrió. "Esto no puede ser normal", me dije, pero, al mismo tiempo, el aroma a lavanda con un toque de limón comenzó a invadir el baño. "Bueno, al menos huele bien", intenté consolarme.
Cuando terminé de vestirme, me di cuenta de que caminar era un poco complicado. Cada paso venía acompañado de una mezcla de incomodidad y un sutil aroma que, debo admitir, era agradable. Pero lo que realmente me sorprendió fue cuando, al soltar un pequeño "gas inoportuno", el aire se llenó de un perfume tan agradable que incluso el gato, que suele huir de los ruidos fuertes, se quedó cerca, olfateando con curiosidad.
"¡Vaya innovación!", pensé. "Esto es algo que podría cambiar el juego de la higiene personal para siempre." Pero mi entusiasmo no duró mucho, porque pronto me di cuenta de que algo no estaba bien.
Más tarde, mientras cojeaba hacia el trabajo, decidí compartir mi experiencia con un amigo cercano.
—No vas a creer lo que me pasó esta mañana —le dije.
—¿Qué pasó? —preguntó, intrigado.
—Me compré un nuevo desodorante, seguí las instrucciones y ahora no puedo caminar bien. Pero, eso sí, cuando me tiro un pedo, huele increíble.
Su expresión pasó de la curiosidad a la incredulidad en cuestión de segundos.
—¿Qué hiciste? —preguntó, tratando de contener la risa.
Le expliqué todo, paso a paso, y cuando terminé, él estaba llorando de la risa.
—¡No era para eso, idiota! —gritó entre carcajadas—. ¡Era para empujar el desodorante hacia arriba en el tubo, no para aplicártelo literalmente ahí!
Después de un rato, entendí mi error. Esa noche, al llegar a casa, me deshice del desodorante y volví a mi antigua marca, que, aunque menos elegante, nunca me había dado problemas. Sin embargo, la experiencia me dejó una valiosa lección: no todo lo que está escrito en las instrucciones debe tomarse literalmente.
Y ahora, cada vez que alguien me pregunta por mi rutina de higiene personal, me aseguro de contarles esta historia. No sé si lo hacen por cortesía o porque en realidad les interesa, pero siempre termino la anécdota con un consejo: "Si alguna vez compras un desodorante en barra y dice 'empuja desde abajo', por favor, asegúrate de que se refiere al envase, no a tu trasero."