Iar’r y su dagón continuaron corriendo por el resbaloso túnel de la caverna.
Detrás de ellos, Iar’r pudo escuchar el golpeteo del metal contra la roca y el sonido mecánico de miembros artificiales.
La piel violeta de su dagón emitía una ligera luminiscencia, lo que le permitía tener visibilidad entre los dos metros que lo separaban a él y a la criatura. Agarraba fuertemente su lanza plegable, listo para atacar en caso de que las máquinas lo alcanzaran.
Le preocupaba haberse metido en un camino sin salida, estos túneles podían extenderse por kilómetros antes de llevar a algún sitio, y no estaba equipado para pelear con esas cosas en un espacio tan cerrado.
Continuaron corriendo por casi un kilómetro.
La figura del dagón comenzó a hacerse más visible, y pequeños rayos de luz se filtraron por su figura. Salieron del túnel y entraron a un espacio llano de roca sólida de unos seis metros cuadrados. Las entradas de otros dos túneles estaban justo al frente, pero al percibir el aire fresco y frío, Iar’r alzó la vista. Otro túnel, de unos cuatro metros de diámetro se alzaba hasta la superficie, la subida era de unos treinta metros, Iar’r podría ver claramente algunas copas de árboles.
El golpeteo metálico se hacía cada vez más fuerte.
Se subió de un saltó al lomo del dagón. La criatura extendió su alargado cuerpo de reptil e incrustó sus duras garras en la superficie rocosa, comenzó a escalar. Iar’r se agarró fuertemente de la montura. Miró hacia abajo, y maldijo para sus adentros. La araña mecánica asomó sus patas en la salida del túnel, luego su cuerpo entero. Se detuvo. Iar’r sabía lo que estaba haciendo, buscando rastros de calor. No pasaron ni cinco segundos cuando la máquina alzó la vista y saltó hacia los muros, comenzando a subir detrás de ellos.
Iar’r sintió asco al ver sus ocho patas moviéndose de forma sincronizada, mientras escupía vapor por una pequeña chimenea ubicada en la abultada parte trasera de su cuerpo. La máquina podría no tener emociones, pero los cuatro ojos rojos brillaban con una intensidad asesina. El jinete apretó los dientes y volvió a alzar la vista.
Ya estaban llegando a la superficie.
El dagón emergió de un salto. El aire fresco del bosque alivio al Iar’r, allí el calor era insoportable. Sabía que la máquina estaba detrás de ellos, así que una vez que el dagón posó las patas en el suelo de bosque, se giró sobre la montura, la lanza se desplegó en su mano, llegando a dos metros de envergadura. Apenas vio las patas de la araña mecánica asomarse por el borde del agujero alzó el arma y apuntó. Cuando la máquina mostró su cuerpo el arma salió disparada de la mano de Iar’r con gran fuerza.
El proyectil cubrió la distancia entre el dagón y la máquina en fracciones de segundos, incrustándose en la cabeza metálica de la araña, destrozando los chips principales. La energía se cortó y la araña cayó pesadamente sobre el suelo del bosque.
Iar’r se bajó del dagón y recuperó su lanza, volviendo a plegarla. Observó el cuerpo sin vida de la máquina.
Durante dos días estuvieron persiguiéndolos. Desde que volvió a la superficie, luego de pasar cuatro meses bajo tierra, su mundo había cambiado drásticamente. Dos de esas extrañas arañas mecánicas lo atacaron casi en seguida, se deshizo de ellas. Pero a partir de allí la caza comenzó. Volar era peligroso, algunas de esas cosas tenían largos cañones en sus espaldas, así fue como su dagón se quemó parte del ala izquierda (la cual en ese momento se estaba lamiendo).
No había visto a ningún otro habitante. Tenía demasiadas preguntas. Su mundo estaba había sido infectado por una plaga artificial, fría como el metal.
Miró a su dagón. Los colores del atardecer hacían brillar sus escamas violetas. El animal le devolvió la mirada, sus ojos verdes estaban serenos. Iar’r lo comprendía. Los dagones son criaturas violentas, salvajes, hechas para sobrevivir y estar encima de la cadena alimenticia, sin importar a que se enfrentarán. Iar’r debía ser como su dagón, implacable. Las respuestas llegarían luego, en este momento lo único que importaba era permanecer en la cima de la cadena.
Se escabulleron entre la poblada vegetación, aguardaron bajo un árbol cuyas lianas los ocultaron a simple vista. Allí pasaron la noche hasta que los primeros rayos del aparecieron, junto con el sonido de tambor mecánico, el cual indicaba que más arañas estaban cerca.
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