Pasión, muerte y resurrección de cajuela. Esa fue la constante, aun cuando no quisiera, ya lo pienso en un lugar seguro. Desperté de dormir la mona en el maletero, empujando el asiento de atrás, solo para darme cuenta que la chamarra sirve para pura chingada y también el carro de Edgar. Ya no pude ni ver el día sin que me dolieran los ojos y la cabeza. Y en esa improvisada cueva, me quedé agazapada.
Por fortuna, estaba nublado y encuanto llegué a casa, me metí corriendo al baño a oscuras y me acosté en las baldosas frías.
Lo intenté, pero sin éxito, cuando me llamaron a desayunar. Por las miradas de suspicacia que aventaban mis papás supuse que Gris les había comentado algunas cosas, pero definitivamente no el incidente del nugget, pues ahí estaba mi plato bien servido, con todo y jugo. Quise salir del cuarto y todo me dolió. Me excusé con que estaba indispuesta y cerré la puerta con llave.
Vivir en una casa donde se aprecie la luz de día como elemento decorativo es una pesadilla. Ni las cortinas son lo suficientemente opacas. Y el bendito comedor, es el lugar más iluminado de todos. Pensé que solo estaría sensible, pero no tan intolerante. Solo pensaba en la comodidad de la cajuela.
El plan era esperar a que anochezca, sacar el carro y salir a recorrer el centro. Me sentía con esas ganas. Pero una vez que abrí la puerta del carro, salió mi mamá. ¡Irina, hija! ¿Eres tú? Y me alcanzó. No vas a salir ¿verdad? Es muy peligroso que andes allá afuera. Ay hija, ¿qué no tienes tantita cabeza?, ¿qué no te basta todo lo que acaba de ocurrir? El reclamo llegó a oídos de papá. Entre los dos me escoltaron de regreso a la casa. Y así me arruinó la salida. Echaron llave y se quedaron en la sala a ver tele, como custodios, hasta que empezó a clarear. Al día siguiente, igual. Estaba yo que me llevaba la fregada. Alterada, con sudores y la vista nublada. Mamá diagnosticó, mediante un test en internet, estrés postraumático.
A media mañana Gris me trajo un jugo de betabel, espinaca y arándanos que semejaban coágulos. Le di dos tragos, no me cayó tan mal, calmó un poco la necesidad, pude enfocarme mejor, pero ya el daño estaba hecho; las coyunturas del cuerpo me estaban ardiendo y en la garganta la sentía de roca.
Gracias a que se desvelaron las noches anteriores, nada más cayó la noche, pude salirme. No me llevo el carro, solo el dinero. Camino desesperada hasta que escucho un corazón latir, y veo un indigente. Pienso en como hacer un acercamiento discreto, pero se mueve, y su aspecto y olor a Tonayan, cebo y mugre, y la idea de poner mi lengua en su cuello me causa mucho asco.
Pido a un taxi que me lleve a casa de Edgar. No sé cómo conseguir nada y llegar ahí se me hizo tan buena idea como cualquier otra. El taxista se salva de un tarascazo solo por lo rápido que llegamos. Dos bolsitas que encontré en un compartimento en la mesa de la sala, fueron el premio de la excursión. Me tomo una y la otra la dejo para después.
Veo cerca un anillo de garra o punzón de acero inoxidable que me llama la atención y me lo embolso.
Me voy caminando hacia las calles del centro. La noche es fresca, con un brillo agradable, y la idea de mudarme a esa casa de escasas ventanas y cortinas pesadas, me entusiasma, pues mis padres al parecer no tienen idea de que, por disposiciones naturales, yo ya no comparto el mismo estilo de vida que ellos.
Creación original de Moka Misschievous.