Me monto en la estación Los Jardines, hago la cola en el único torniquete que sirve de los 8 disponibles, mientras más de uno con apariencia de 20 se colea en la fila de los adultos mayores. Luego de dos o tres vagones, con más de un empujón, logro montarme en dirección Plaza Venezuela. Con la respiración de varios sobre mí y pendiente de que algún abusador no haga de las suyas, empieza el primer pleito. Muchas veces es de una mujer y un hombre, a veces mayor:
– Bueno, ·$&%$/ ¿Por qué me empujas?
– ¿Tú crees que yo tengo ojos en el culo, #$%%? Me están empujando a mí.
– $·% Soy mujer pero te puedo meter tu ·$·%$ poco hombre.
Luego de un buen intercambio de insultos, se calma la discusión, mientras cada uno por su cuenta se queja de que en Venezuela ya no hay valores. De peleas ocasionales pasamos a peleas diarias. Es la expresión de gente que vive para conseguir comida y medicinas. Algunas veces son por hechos tan risibles que se evidencia que el venezolano está de psicólogo (¡y no es para menos!).
Finalmente llego a Plaza Venezuela, con el sostén desabrochado, aunque nunca percibo el momento justo en que se separa. Ya ahí, se siente la tensión del gentío de llegar temprano al trabajo. Hago lo que se supone que es una cola que, por supuesto, nunca sigue el camino pintado de amarillo, se termina imponiendo el más vivo. Llegan 2 ó 3 vagones, más de uno intenta salir y la marea que entra al vagón lo lleva de vuelta. A los segundos, salen uno que otro lanzando golpes y una que otra grosería. Mientras la gente alrededor sólo se ríe, uno que otro suelta la perla: “¡Por eso es que Venezuela está como está!”.
En el camino, nunca faltan las 2 amigas del trabajo chismeando de los compañeros: que si fulanita le manda de más, que el otro le quiere decir cómo hacer su trabajo, que le están vendiendo el arroz o harina a “X” precio o la vestimenta horrorosa de alguna compañera. Pienso al respecto y concluyo que las conversaciones que escuchas en el día a día en el Metro de Caracas, te indican el nivel de desarrollo de nuestra sociedad.
De regreso, alrededor de las 5:00 pm, hago mi segundo viaje, esta vez de regreso a casa. Recuerdo que hace varios años conocí el subterráneo (metro) de Buenos Aires, me sorprendió mucho ver tanta venta ambulante y dije: menos mal que en el metro de Caracas no es así. Ahora, varios años después, no sólo hay venta ambulante, se trata de todo un sistema organizado y por supuesto su respectiva vacuna. Los barriletes, bocadillos y la última: la chalaca; “la mamá del barrilete”, son nuestro día a día.
Algo que me impactó hace poco fue ver que una de las vendedoras estudió en el liceo conmigo, lo último que supe de ella es que tuvo una bebé a los 18 años. Me dio algo de lástima. Luego recordé que gana más que yo, que soy profesional, y se me pasó.
Aprovecho para sacar mi celular, ponerme al día con las RRSS y conversaciones pendientes, una que otra doña me dice: “Mija, guarde el telf.”. Le agradezco la buena intención… pero me indigna dejar de hacer algo tan normal. Me niego a que la realidad imperante me obligue a cambiar mis hábitos.
Llego nuevamente a la estación Los Jardines, salgo y me siento un poco más libre, aunque entro a otro submundo: durante las dos cuadras que camino de regreso a mi casa observo una realidad mucho más local, la llamaría: supervivencia.
En el metro de Caracas florece lo peor de nuestra cultura. Es la expresión de un pueblo marginado, del olvido del ejercicio de la ciudadanía. Allí se juntan miles de dilemas y conflictos, todos con el mismo denominador común: venezolanos intentando sobrevivir, olvidándose del poder interno de cada uno y de el de al lado para transformar nuestro país.
Pero allí también florece lo mejor del venezolano, para quien quiere verlo. A pesar del deterioro social y político inducido, la esencia del venezolano se mantiene, olvidada por el caos del día a día, pero allí está, allí se mantiene, de eso estoy segura…
Así que si usted quiere pasearse por la venezolanidad, móntese en el Metro de Caracas y disfrute el viaje. Y lo mejor, ¡por tan sólo 4 Bs!
Massiel Materano
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Te seguiré amiga. Saludos.
Como no sentirse identificado jajaja, felicitaciones por tu forma de narrar el día a día de lo que antes llamaba metro de caracas y que ahora considero una especie de consultorio terapéutico, donde miles de almas deciden cuando ser pacientes, especialistas o testigos presenciando los síntomas de primera mano.
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Buen relato. Una mezcla de sentimientos cuando se lee tu escrito. Lo del metro de Caracas es lamentable el nivel de descuido al que está sometido, una gran obra que fue abandonada y hoy no es ni la muestra de lo que era. El "bachaqueo" otro mal que no destruye, los vagones abarrotados de gente y el bajo precio de los pasajes resultado del populismo que destruyó al otrora millonario país de América Latina.
así es, amigo. Lamentablemente no conocí la buena época del metro. Actualmente es infernal.