Años tardé en comprender lo que mi padre ejerció con impecable rigor y humildad: ser dueño del no decir, que no es lo mismo que el silencio.
El silencio puede ser impuesto por el miedo o por la carencia de pensamiento o por falta de voz propia en cualquier circunstancia de la vida.
El no decir lleva consigo un mucho decir con propiedad, precisión, agudeza y mucho ver con los propios ojos.
El no decir, una vez agotadas las repeticiones de justos reclamos y señalamientos sinceros, es la única fórmula ante un mundo que suele excusarse de sus atropellos, de sus simplicidades y de sus negaciones de lo que salta a la vista.
El silencio es cómplice, es la falta de palabra ante lo que nos pone entre la espada y la pared, pero el no decir dice mucho para que cada palabra vaya con su propio peso y su propio riesgo en un mundo ruidoso, donde el silencio se confunde con el saber decir sin palabras.
El no decir es el camino de la palabra desnuda, para no traicionarla en su ardoroso origen y en la honradez de su destino.
Y recordemos a Lao Tse, Tao Te Ching:
XXXII (fragmento)
El que sabe dar nombres debería saber que existe lo innominable.
Conociendo esto, conoce lo que no perece.
LXXXI (fragmento)
Las palabras no denotan sabiduría.
La sabiduría no reside en las palabras.
Tu post está increíble, porque efectivamente concuerdo contigo, el silencio también es un mensaje, también es una forma de comunicarte y efectivamente puede ser también una forma de honrar en ese silencio lo que no hace falta con palabras que de hecho se las lleva el viento, muy buen aporte, saludos. Ahora te estoy siguiendo
Gracias, Carolina, por tus palabras. Por aquí seguiremos en contacto, rompiendo el silencio pero con palabras que nos llenen de sentido.
tienes razón, hagamos uso de nuestras palabras para sumar a nuestras vidas, saludos cordiales