Las fiestas de gran escala en las que regularmente hay manifestaciones de euforia, o bien las celebraciones en las que abundan personas desconocidas, suelen despertar en mí la soledad-desamparo, llevándome inevitablemente al retraimiento, la incomodidad y la tristeza.
Sin embargo, no todas las reuniones afectan negativamente mi estado de ánimo. Es necesario contrastar que en los contextos laborales o académicos (talleres, congresos, cursos, tertulias) o incluso en ciertas reuniones sociales de características medianamente íntimas o reservadas, no soy tan proclive a sentirme excluida y desolada. Muy probablemente tenga la tendencia de aislarme físicamente durante algunos lapsos, pero eso no determina que me sienta ajena e incómoda. Igualmente durante esos casos puedo integrarme a grupos o mostrarme audaz y comunicativa con ciertas personas a las que elijo para conversar. La misma sensación de integración experimento en los grandes eventos cuya organización responde a un fin social o político con el cual me siento identificada. Los festivales y encuentros, por ejemplo, a los que acuden grandes cantidades de personas movidas por ideales vinculados a las luchas por los derechos humanos, son espacios en los que me es grato socializar, y aunque no lo haga, vivencio una tácita compañía llena de reciprocidad y unión.
Sin lugar a dudas puedo afirmar que la soledad-desamparo aparece cuando la estimación que hago sobre los otros está marcada por una desconfianza básica. Esta desconfianza nace al percibir en los otros ciertos rasgos o comportamientos que asocio subjetivamente con potencial agresividad, soberbia, arrogancia, egoísmo o superficialidad. Bajo esta consideración adopto un comportamiento receloso u hostil, poniéndome a la defensiva ante todo acercamiento afectivo. Muchas veces, aunque alguien se aproxime a mí con aparente buena intensión y en un tono discreto, sigo inmersa en la soledad-desamparo e imposibilito con mi actitud cerrada las condiciones para una relación amena.
Soy conciente de que el esquema mental planteado es inadecuado pues nace de una generalización, representa una inseguridad personal y limita mis relaciones interpersonales. Sin embargo, no he podido superarlo por completo a pesar de los esfuerzos. Pienso que este recurrente desequilibrio anímico tiene su origen en las etapas escolares de mi infancia, cuando coincidieron al menos cinco realidades en el desarrollo de mi personalidad: 1) Poseer una constitución biológica enfermiza; 2) Pertenecer a una familia relativamente sobre-protectora; 3) Tener hermanos sumamente mayores que yo; 4) No contar con modelos parentales sociables, y sobre todo: 5) Haber tenido experiencias de exclusión vividas como traumáticas.
Este último punto es, a mi juicio, determinante. Durante mi etapa escolar primaria, e incluso durante gran parte de la secundaria, no logré integrarme satisfactoriamente a mi grupo de compañeros. Recuerdo que desde muy pequeña consideraba mucho más grato pasar los recreos con mis profesores que con mis demás compañeros de clase. Esto era objeto de extrañeza por parte de la mayoría de los niños, quienes entonces se burlaban y despreciaban cualquier intento de acercamiento de mi parte. Sin embargo, en los casos en que hice amistad con otros niños los lazos afectivos fueron muy profundos y perdurables. En todos esos casos mis amigos tenías los mismos rasgos que me eran atribuidos por el resto de los niños: debilidad, cierta timidez, interés por temas y asuntos que no incumbían a la mayoría y –algo muy llamativo- un nivel socioeconómico que, si bien no era extremadamente bajo, no era tampoco tan alto como el de la mayoría de los niños que cursaban en aquel colegio privado.
Supongo entonces que fue en esa época, bajo las circunstancias descritas, cuando aprendí, por un lado la tendencia a sentirme cómoda sin la compañía de otros, y por otro lado la tendencia a querer establecer relaciones con seres de determinadas características, creando una barrera psicológica ante aquellos otros cuyos rasgos me recuerdan, de alguna forma, a los niños que no me aceptaron durante mi época escolar.
Sin embargo, como es de suponer, el panorama de mi vida social no es tan inequívoco ni tan definido como puede parecer en los párrafos anteriores. En realidad mi vida social estuvo, y está, llena de matices. Sobretodo desde la secundaria mis relaciones interpersonales se diversificaron y mis problemas de adaptación pasaron a ser menos habituales, menos estereotipados y menos intensos.
Me reconozco en varios aspectos de estas dos soledades, pero hay un punto de la que llamas soledad-desamparo en la que pienso, que es aquello de mi que yo misma no aceptoo no siento tan seguro como para sentirme tan incomoda en algunas reuniones, porque si tengo que ser totalmente sincera, ese escudo que levanto nace de algo no resuelto en mi. intento descubrir que es...
Gracias por compartir algo tan personal. Te envio un abrazo.
Gracias por transformar mi escrito en un espejo para recrear tu propia imagen. Creo que esa es una de las acciones que da verdadero valor a algunos textos. Gracias. El abrazo es recíproco, y por arte de magia es extensivo a una gran amiga que vive cerca de Venecia.