Miro mi reflejo en el espejo y no está para nada bien. Estoy desarreglada, mi cabello está alborotado por encima de mi cabeza encrespado como en una nube de cabello naranja que flota sobre mi, lleno de ramas y pequeñas hojas. Mis mejillas están llenas de suciedad, con una herida en mi mejilla derecha que desprende un hilillo de sangre.
Lo peor es mi ojo, que está amoratado, casi completamente negro. Suspiro. Sí que doy pena.
Eso explica porque todos volteaban a verme, porque sus miradas se quedaban un segundo en mi cara y luego la apartaban asqueados por mi apariencia mientras pasaba por su lado apresuradamente. Pensaba era por las lágrimas que corrían por mis mejillas, pero ahora sé el porque.
Lo irónico es que no hubo nadie que se detuviese a preguntarme si me pasaba algo. Y es que no me sorprende, muy pocas personas se inmiscuyen en los problemas de otros.
Y es por eso mismo que estoy en este lugar, en este mugriento baño de estación de autobús, Por la precisa razón de que nadie me ha ayudado, y he decidido hacerlo yo misma. Después de decir una y otra vez a las autoridades lo que pasaba en mi vida, todo el daño que me causaban, y nunca me salvaban de ese abismo, decidí actuar yo misma.
Tomo las tijeras y corto lo máximo posible mi cabello, corto como un chico, y luego aplico el tinte barato de color negro que he comprado en la farmacia de la esquina.
Me quito toda la ropa y todo lo que es evidencia de mi presencia en ese lugar lo arrojo a una bolsa y lo meto al fondo de la mochila que he comprado. Me visto con un pantalón de mezclilla y una sudadera negra.
Miro el resultado en el espejo y estoy convencida de que no parezco la chica de vestido de flores y cabello naranja que entro hace unos minutos a la estación.
Corro hacia la parada del sur, donde ya todos los pasajeros han embarcado, entrego el ticket y subo apresuradamente.
Apenas tomo mi asiento el autobús empieza a retroceder, suspiro con un poco de alivio, porque tengo la sensación ahora más que nunca de estarme alejando de aquel monstruo que durante tanto tiempo me ha reprimido.
¡Ese monstruo que me sigue donde quiera que voy!
Ha sido así siempre, desde que mi madre se ha ido. Me sigue al colegio, a mis clases de piano, a las salidas con mis amigas, siempre asechando. Porque sabía que en algún momento intentaría huir. La primera vez fue hace meses, cuando en un descuido me salí por la puerta trasera del cine, pero no pude ir muy lejos. Al llegar a la entrada del centro comercial ahí estaba, esperándome. Siempre me atrapa. Siempre me tiene en su red.
Afuera llueve, así que gruesas gotas chocan contra el cristal de la ventanilla y no me deja ver ni las sirenas, ni el alboroto por toda la estación.
Hasta que están ahí, dentro del autobús donde me he embarcado. Trato de pegarme lo más posible a mi asiento, como si eso fuese a ocultarme de ellos.
Van de asiento en asiento alumbrando los rostros de todos los pasajeros. Hasta que uno de sus amigos me ve, y me señala y sé que estoy perdida.
Grito, y trato de que no me lleven pero tienen más fuerza que yo, así que me arrastran fuera del que hacia unos minutos era mi esperanza de huir.
Abajo me espera el monstruo, me mira sonriendo y en su mirada veo ese destello, uno que se presenta cada vez que está golpeándome, porque lo disfruta, le complace.
Pero no estoy dispuesta a dejarlo que gane, no esta vez. Quizás mañana salga en la portada del periódico como "la hija del oficial de policía descarrilada" pero sin duda no me importa. Así que aflojo mis defensas y me acerco a mi padre lentamente, con cara de arrepentimiento y lágrimas corriendo por mis cachetes, y justo cuando estoy a su lado, corro hacia el lado donde no nos rodea ningún oficial y me arrojo a la avenida transitada, solo veo las luces que se acercan a mí, y luego... nada.
Despierto en el hospital, no se cuanto tiempo después, mis ojos me duelen, así como todo mi cuerpo.
Suspiro y miro alrededor y está él, sonriente, porque disfruta verme así sufriendo. Y termino atrapada, una vez más con el monstruo que no me deja vivir, grito, una y otra vez y trato de arañarlo, porque sé que aquí no se atreverá a hacerme nada, pero las enfermeras son más rápidas y me colocan algo que me hace dormir.
Cada vez que despierto lo intento, intento hacerle daño. Y veo en cada intento que su mirada se va llenando de ira, la sonrisa se va borrando, porque sabe lo que sucederá... Ya conoce la historia, la vivió con mi madre, y ahora conmigo.
En vista de mis ataques frenéticos, me aíslan, me llevan a un lugar para las personas desequilibradas mentalmente, y cuando voy totalmente atada, en una silla de ruedas, me río de él, me burlo de su cara de frustración y de ira. Porque a pesar de que pasaré una vida en una jaula acolchonada, estaré lejos de ese monstruo. A salvo.
¡Aquí no podrá seguirme!
Cuando era pequeña juzgue la manera en que mi madre fue alejada de mí, él porque había fingido una y otra vez esos atraques de locura. Ahora la entiendo.
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