Incertidumbre, desdicha y dolor antes de caer
Mis pulmones queman, se incendian con cada esfuerzo. Mis pasos no son suficientes, siento que en cada pisada pierdo un pedazo de mi ser.
No puedo ser idealista ni futurista, aunque el mundo continúe para mi no será de esa manera. Sé que lo que vivo es lo que tengo y lo que tendré. No habrá un mañana.
¿Cómo se eso? Porque el sol me ha quitado todas mis energías, mi vitalidad. Cuando salí de mi hogar hace ya una eternidad, tenía un plan fijo y en ejecución.
Tenía sueños, metas y compromisos que solventar. Luchaba por cumplir cada uno y tenía personas que eran más que partícipes de ellos, eran inspiradores y facilitadores de muchas herramientas.
Pero todo cambió cuando un corola negro se abalanzó sobre mi esa mañana en la puerta de la universidad. Yo no tenía quien me protegiera como mis compañeros, quienes siempre estaban escoltados por guardaespaldas fornidos. Yo era solo yo, una joven no muy alta de mediana contextura, que vestía de tenis y sudaderas.
Esa mañana que determinó mi destino, decidí ponerme una franela blanca, común y corriente. Y ¿todo se basará en ello? ¿En las decisiones que tomamos? ¿Influirá acaso el hecho de que me haya despertado tarde y no me haya dado tiempo de hacer mi café? ¿La cordialidad con la que ayude a mi abuela a llegar al centro médico antes de dirigirme a mi clase? O ¿el hecho de haber aceptado una beca en una costosa y lujosa universidad?
No, sin duda no es algo de decisión... pudo haber sido hoy o mañana, o dentro de quince días; pero pasaría, de eso estaba segura en este momento. Antes ni me imaginaba que alguien quisiera secuestrarme. ¿Para qué? esa siempre fue muy pregunta.
Y es que no comprendía que podrían querer de mí. Sin duda los planes de mis captores no fueron los mejores, no sabían ni a quien habían secuestrado, lo cual demostraron tres días después cuando llamaban una y otra vez a mi familia y exigían una suma exorbitante de dinero por mi rescate, dinero que yo sabía muy bien que no teníamos.
Mis padres habían muerto hace más de dos años, pero mi tragedia se agravó a los seis meses cuando el banco decidió tomar posesión de mi casa por una hipoteca que había hecho mi padre. Sin duda dentro de sus planes no estaba el morir. Así que al quedarme sin hogar me tuve que refugiar en la pequeña casa de mi abuela, donde compartía un pequeño cuartito con ella. Nuestro sustento era a base de la pensión de mi querida abuelita.
Por consiguiente mi rescate nunca llegaría. No teníamos nada que vender o dinero en algún banco. En un principio estuve tranquila, sabía que en algún momento se darían cuenta que no tenían al objetivo ideal, pero cuando los días empezaron a transcurrir mi preocupación se hizo presente.
Me habían mantenido en una habitación oscura, sin ventanas y que olía a humedad. Tuvieron la amabilidad de dejar una colchoneta sucia y manchada en el piso de tierra. Si no hubiese sido por el reloj que cargaba en mi muñeca no habría podido adivinar cuantas horas transcurrían de ese desolado encierro. Era el quinto día desde mi secuestro cuando escuché como unos pasos apresurados corrían en el piso superior, pegué mi oreja a la puerta de madera para escuchar alguna novedad. Aparentemente alguno de los hombres fue a revolotear por mi vecindario, escuché como relataba que era un barrio y que mi casa era una choza.
Estas declaraciones no eran mentira. Siempre estuve consiente de mi realidad, y en muchas oportunidades se los grité en los primeros días, pero obviamente ninguno quiso escucharme. Unos pasos se apresuraron hacia la puerta así que de manera habitual corrí a la esquina más lejana y oscura. Mientras las llaves sonaban en la cerradura los grandes faroles que guindaban del techo me encandilaron.
Entraron dos hombres altos y fornidos, con el rostro cubierto con una especie de máscara, nunca me habían mostrado su rostro lo cual sería estúpido por su parte. Me interrogaron una vez más, esta vez les confirmé mi dirección, por lo que había escuchado no iban a tener más interés ni en mí ni en mi abuela; les conté como ingresé en una cara universidad. Sentía regocijo en mi pecho, habían desperdiciado planes, esfuerzo y horas en una pobretona que no les otorgaría ninguna recompensa. Sin preguntar nada más se marcharon cerrando con un trancazo.
El sexto día de mi captura no escuché presencia alguna al otro lado de la puerta. Nadie fue a llevarme comida, ni habían pasos en el piso superior que me indicara que había alguien en la misma construcción. Consideré que esa fuese mi suerte, morir de inanición luego de varios días, pero no fue así obviamente.
El séptimo día, cuando mi estomago crujía de forma atroz, un chico entró en mi cárcel. Estaba escoltado por dos hombres mucho más alto que él y ninguno de los tres se cubría el rostro, lo cual era una novedad. El más bajo llevaba un elegante traje azul y en su mano resaltaba un brillante anillo de oro. Tapando su cara con un pañuelo se acercó a mi, vi como sus ojos recorrían mi cuerpo y en sus ojos un brillo se hizo presente.
Era alguien que no se veía en absoluto amenazador, era quizás un poco mayor que yo, pero fue la primera vez desde que este oscuro episodio de mi vida empezó, que sentí tanto miedo. Sentí la amenaza subir por mi piel e instalarse ahí de forma permanente, en sus ojos la maldad floreció gradualmente mientras me estudiaba. Ordenó a sus secuaces que me llevaran, que sí estaba apta.
Los fornidos hombres me tomaron por los hombros y aunque quería correr mis brazos no tenían la fuerza suficiente para oponer resistencia. No me ataron ni vendaron mis ojos como cuando me llevaron a ese lugar, así que vi la casa donde me tenían, había estado en un sótano, aunque eso ya lo suponía, la habitación contigua solo tenía un mueble y una mesa, y a la izquierda se alzaban unas viejas escaleras de madera por donde me arrastraron sin esfuerzo alguno. El primer piso de la casa tampoco estaba muy amueblado, lo poco que alcancé ver fueron sillas de plástico, mesas con latas de cerveza y una lámpara en una esquina. Las ventanas estaban todas selladas con madera y el jardín no tenía límites, no se veía otra casa a kilómetros, solo vegetación árida rodeaba las dos camionetas negras que esperaban afuera.
Sentí las ganas de llorar pero quizás estaba deshidratada porque ni una sola lágrima se hizo presente. Todo el camino estuve sentada en medio de los fornidos hombres. Para mi sorpresa nos adentramos en la ciudad, vi como dejamos detrás de nosotros la árida vegetación y como se hacían presentes edificios y casas. Llegamos a un vecindario que nunca visité antes, donde los almacenes se distribuían a cada lado de las calles y se veía el río minado de barcos pesqueros y mercantes. Cuando me bajaron del vehículo empecé a quejarme una y otra vez, quería intentar correr y gritar pero no tenía fuerzas para hacer ninguna de las dos cosas.
Uno de los hombres en traje me empujó e hizo caer contra el piso. El chico refinado se hizo presente, se acercó a mí y me preguntó que sucedía. Sin tener valor para más nada solo imploré que me dieran agua.
Pensé solo me ignorarían pero me ofreció una botella con agua potable que sin remordimiento me tomé en un solo trago. Pasado unos minutos me metieron al galpón donde habían unas dos chicas más sollozando pegadas una contra otra. Me dejaron junto a estas y salieron sin decir una palabra. Intenté averiguar que sucedería pero las jóvenes solo lloraban y no emitían palabra alguna.
Después de muchas horas en espera nos dieron comida y agua. Al llegar la noche fue que la pesadilla inició. Unas mujeres mal encaradas nos desnudaron aun cuando nos resistimos y arrojaron a nuestros cuerpos agua jabonosa. Nos estrujaron, limpiaron el cabello y al finalizar nos vistieron con ropa corta de lentejuelas que dejaba muchas zonas del cuerpo al descubierto.
Nos dirigieron a un cuarto donde resonaban risas y charlas, hombres ebrios por todos lados sentados en mesas nos veían como si fuésemos el platillo principal. Esa fue la última vez que vi al desalmado joven, ponía precio por cada una de nosotras, era una subasta de cuerpos humanos que hombres despreciables no tenían remordimientos al subir cada vez más la suma.
Nunca vi la cara de mi comprador, solo sé que me llevaron en coche a uno de los barcos en el puente, me encerraron en un camarote y me pidieron que me cambiara la ropa que traía por una que habían dejado sobre una de las banquetas. Era una prenda íntima de encajes de color azul celeste, que me dejaba totalmente desnuda. Intenté abrir desesperadamente la ventana circular del camarote por donde veía como el barco se alejaba cada vez más rápido de la ciudad, pero ésta no cedió nisiquiera cuando le aventé una y otra vez un cenicero de piedra.
Me desplomé en el suelo a llorar y pasadas unas cuatro horas una mujer de rubia cabellera vestida con un elegante traje negro llegó a buscarme. Al ver el estado de mi rostro me limpió y trato de tapar con maquillaje los puntos rojos que cubrieron mi piel. Me dirigió por los pasillos de aquel bote que por dentro denotaba que sin duda no era una embarcación pesquera. El piso era de madera pulida y del techo colgaban hermosos candelabros finos con pequeños cristales que guindaban como si fuesen gotas de lluvia. Las paredes en algunas zonas de madera y otras tapizadas de telas finas con dibujos de paisajes japoneses, estaban decoradas con cuadros abstractos.
Llegamos a un salón espacioso, iluminado en su totalidad, en el centro habían grandes muebles de cuero rojo, un televisor pantalla plana transmitía las noticias, al fondo una cama con sábanas de seda negra erizo la piel de mis brazos y en la esquina se veía una puerta de vidrio por donde se reflejaba la luna. Me senté en el sofá mientras la mujer se quedaba de pie a mi lado, en mi pecho sentía como mi corazón latía de forma descontrolada, y cuando mi vigilante se distrajo con el televisor, salté del mueble y corrí sin detenimiento hacia la puerta de vidrio. Pasaron unos segundos para que la mujer se fijara en lo que estaba sucediendo, y esos segundos me bastaron para abrir le puerta y subir apresuradamente las escaleras.
Llegue a la parte superior del barco, donde la luna me mostraba a mi alrededor el río, denso y oscuro. Quizás alguien cuerdo hubiese considerado un poco más mi idea, pero yo ya no quería considerar ni pensar nada, así que corrí sin detenerme y salté por el borde del barco. Vi una mano blanca que intentó atraparme justo cuando caía pero la superficie del agua me consumió, el frío me oprimió los músculos y después de varios intentos fue que logré nadar. Sin sacar la cabeza del agua nade hasta que se me terminó el oxígeno y recorrí a la superficie a respirar, miré alrededor pero el barco seguía avanzando en la distancia, vi unos pequeños botes alumbrando el agua a su alrededor pero yo me encontraba lejos de ellos. Seguí nadando evitando lo menos posible crear ondas, hasta que llegué a la orilla.
Aunque mis piernas me ardían decidí seguir corriendo, alejándome lo más posible de mis captores. Sin fijarme hacia donde iba y así avancé toda la noche, hasta que mi cuerpo se quedó sin energías y me desplomé en la arena tibia.
En la mañana el canto de un pájaro me despertó, comprobando a mi alrededor seguía sola. Pero este alivio no duró mucho tiempo, después de cinco horas caminando descubrí que el lugar estaba desolado, no habían más seres humanos, ni carros, ni casas, solo era un espacio con algunos árboles que no proporcionaban ni fruto ni sombra. Busqué con desespero el camino hacia el río pero nunca lo encontré. El sol resecó mi piel y mis labios, no tenía nada con que cubrirme, la arena seca y agrietada estaba tan caliente que quemaba mis pies con cada paso.
Ya no tenía energías, sin duda había llegado mi fin. Pero prefería morir de esta manera que ser esclava de un ser sin sentimientos. No, esto no podría ser peor que aquello, aquí al menos yo tenía mi libertad.
No sé en que momento perdí el conocimiento, pero desperté con la cara pegada a la arena caliente, un pájaro danzaba a mi alrededor y picaba el suelo. Cuando me moví se alzó a volar, esperando no estar equivocada lo seguí.
Caminé dando tumbos detrás de la intrépida ave, esperando me llevara a un lugar con vida. Pero no fue así, solo me llevó más adentro del desierto, alejándome más y más de la civilización.
Lloré sin lágrimas, porque un pequeño animal se burló de mí, jugó con mis esperanzas para llevarme directamente a la muerte.
Lloré por seres desalmados que roban la vida sin remordimientos ni pagos del destino.
Lloré porque quizás mi abuela sufriría mi ausencia hasta su muerte.
Lloré porque la vida que quería nunca podría cumplirla.
Perdí mis últimas fuerzas así, lamentado el cruel destino que me había tocado vivir, mi visión se fue haciendo borrosa cada vez más y dejé de sentir mis dedos hasta que todo fue oscuridad.
Muchos creerán que la misoginia es algo del pasado, pero en la actualidad existen millones de casos denunciados o no, de mujeres maltratadas, vendidas y torturadas, únicamente para satisfacer el placer de un hombre. ¿Es considerable acaso callar un acto de tal atrocidad? No, considero que la habilidad de expresión debería hacerse notar, búsqueda de apoyo de autoridades y respaldo por las leyes, todo esto para ayudar a otro ser humano.
Y no hablo de feminismo, hablo de que mujeres y hombres merecen la dicha de vivir libremente, sin riesgos de que su humanidad sea deplorada. Existen personas que disfrutan del sufrimiento de otros y este tipo de seres deben pagar las consecuencias de sus actos.
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Saludos Fernanda, buen trabajo, buena presentación del post mediante uso del Markdown y aporte de buen contenido a la comunidad. me encantó lo intenso de tu relato y el tema que escogiste; sobre el cual aún hay mucha conciencia por crear.
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Mis Mejores Deseos.
Fran Afonso