NARANJOS.

Hace más de veinticinco años vivo en la misma casa. Cuando llegué era apenas la mitad, y al frente, tres espléndidos naranjos dominaban el patio.

Años tras años decenas y decenas de frutos nos ofrecía la madre tierra en su encanto, hecho que compartíamos con varios vecinos.

De los tres naranjos, destacaba por la dulzura de sus frutos el más cercano a la ventana del cuarto , y por tanto, era el más codiciado. Pero el tiempo fue cayéndole como la santísima rueda de triturarlo todo.

Cambié de trabajo tres veces. El país cambió de presidente tres veces. Lionel Messi se convirtió en ídolo mundial. Casi ganamos el Clásico Mundial de Béisbol. Juan Formell se fue a vivir al otro barrio y Amir Valle abrió una editorial en Alemania.

Un día llegaron unos pájaros negros de canto horrible y se posaron en los naranjos. Fue el principio del fin. Por esos días hastiado de la burocracia rampante decidí empezar a ganarme la vida por mi cuenta.

Caí en la cuenta de los pájaros negros revoloteando de rama en rama, una mañana como a las 10:30 cuando terminé de poner el punto final a mi libro de cuentos La Sexta Caballería de Kansas.

Salí al portal y conté siete, cuatro días después había más de 50 y el vocerío era tan descomunal que para hablar con mi esposa cerrábamos la puerta de la calle.

Al año siguiente empezó a morir el primero de los naranjos. Hicimos de todo por salvarlo pero fue en vano. Un ciclón categoría 4 destrozó las ramas, por siempre y para siempre, del segundo. En el verano era ya el mástil de un buque fantasma olvidado a mitad del océano.

El tercero esperó a que terminara la pandemia para despedirse y lo hizo con una exactitud avasallante.

En las tardes cuando me siento en el viejo portal de los amores y la dicha, y cierro los ojos, puedo sentir en mi memoria el canto de muerte que trajeron los pájaros negros hasta mi puerta.

Ni siquiera en el parque de Santa Clara, preñado en las tardes con la invasión de aves que rigen la ciudad, he llegado a sentir, en cada fibra de mi corazón, una señal tan clara de la fragilidad de la vida y la rudeza del tiempo.

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Las fotos empleadas son de mi propiedad.

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