Al puntualizar algunos aspectos preexistentes en las culturas precolombinas, notamos que los nativos destacaban por su misticismo hacia la naturaleza, a través dela oralidad transmitían sus conocimientos ancestrales, en donde se rendía pleitesía a la casta dominante (incas); la razón destaca por considerarlos descendientes del sol, siendo esta una deidad que signó sus vidas.
Su mitología destacaba por su fantástica conformación, donde los indígenas resultaban favorecidos por deidades, ya que les brindaban protección y auguraban prosperidad. Pero, ¿qué aspecto poseían estos seres divinos?, Acaso eran astros celestes que les transmitían su energía, o quizá interpretaban de esa manera algo que desconocemos incluso en la actualidad.
Lo cierto es que de la información que se pudo rescatar denota la similitud que tenían algunos dioses con los europeos, destacando en ese sentido los rasgos faciales y la barba; sujetos carentes de bello facial adoradores de entidades ancestrales barbadas, que simbolizaban la cuna de su cultura, siendo la guía de la paz en sus sociedades. De modo que dioses corpóreos e incorpóreos regían su existencia.
Ahora bien, al producirse el choque de estas dos culturas, indígena y europea, que se encontraban divididas por el desconocimiento, pero unidas por similitudes como la idolatría y la lucha por el dominio, resultaron fundiéndose en una sola (hibridez), destacando por su multiplicidad de ritos y mitos; palabras y acentos. Una producción rica culturalmente que brinda frutos de gran entelequia.
Tras la conquista se produjo dicha transformación, pues en estos actos no es posible retroceder, se consigue ese resultado inevitable; no se vuelve al comienzo, lo que queda es la aceptación y la construcción de algo nuevo; debido a que la cultura es algo mutable, una vez alterada su configuración cambia para siempre.
De todo esto, el resultado más notorio es el de la escritura, siendo contenedora de la cultura y por tanto promotora de ella. La conquista dejó una escritura que resultó ser el principio de una narrativa rica e imprescindible para los textos que vendrían después a conformar la literatura latinoamericana; inédita en cuanto a contenido y técnica, creadora de nuevos hitos literarios, gracias a su fructífera prosa.
La narrativa fortalecida por los caprichos del destino se transforma en el espejo que visualiza la realidad social y cultural de toda América Latina y el Caribe, reflejando el ingenio de sus autores; hijos de una tierra víctima de tantos arrebatos del destino. Gracias a la escritura se logra inmortalizar a la cultura prehispánica que alguna vez reinó estas tierras, abriendo el camino al surgimiento de escritores impregnados de autenticidad.
Amable lector, gracias por su tiempo.
Referencias:
Lanza, C. (2004). Crónica de la identidad: Jaime Sáenz, Carlos Monsiváis y Pedro Lemebel. Quito: Editorial Nacional.
Ospina, W. (2009). Mestizaje e interculturalismo. Santa Cruz, Bolivia: Sirena.
Herrera, E. (1991). La magia de la crónica. Caracas: Fondo Editorial de la UCV.
Imagenes: Google imagenes.
Nuestro idioma y la gente que lo habla son nuestros activos en un mundo tan global. El poder comprendernos tan profundamente los unos a los otros.
Así es, todo parte del respecto y la comprensión de los eventos pasados, para así lograr un mañana de integración. Aislados no logramos nada, siempre necesitaremos de los demás; el idioma nos une, y nos hace más fuertes.
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