Chicos, no sé si les ha pasado que tienen un presión muy extraña en el estómago, como si hubiera un inquilino, algo apretujado, un empujón que no termina y no te quita de encima las manos de duende enano. Ahorita tengo las manitos muy puestas en el estómago. Me pasa frecuentemente. Casi todo el tiempo tengo la presión allí, justo allí. A veces sube lenta, a velocidad de goteros, hasta la garganta y toque a toque la pone blanda y espesa, dejando salir pocas palabras pesadas y liquidas. Tengo la leve sospecha que ese monstruo mañoso es la ansiedad y el tiempo. Esos dos han sido mis hijos mandingas desde que tengo uso de razón y preocupaciones en general. ''Apúrate'' , ''tienes que hacer esto'', ''te falto aquello'', ''no llegaste a tiempo'', ''impuntual'', ''vaga'', hasta un ''mediocre'' se intercala en toda esa fiesta de etiquetas sumisas. Tanto ha sido el tiempo que es muy normal que aparezcan y que estiren sus pies sobre la mesa. Se da por hecho. Cuando aparece la sensación, no hay freno, no hay preguntas ni alertas para entrada; en cambio, pasa lisa con cuerpo de mantequilla y ojos de hombre pícaro, invadiendo todo mi estómago y haciéndolo suyo como virgen en manos de diablos lujuriosos. Y yo, allí, existiendo mientras violan sin contemplación las paredes de mi estómago. Crece el globo rojo hasta estallar dentro y de inmediato cuando estalla, aparece otro sin inflar y comienza a llenarse del odioso aire interminable. Y así, ciclos y círculos son los hermanos de esta situación. Se repite. Se vuelve a repetir. Y yo aquí, existiendo. Quizás mi mente lo planeo todo. Hizo un cálculo mágico y perfecto para sumergirme en un tobogán sin fin bajos sus garras de gato mañoso. Me puso boba y zombi para no repicar ni hacer ruido. Puedo percibirlo. -dato curioso: mientras digo esto, el globo se desinfla-. Ya puedo imaginarme como nació todo. Cuidado, Francisca, no lo digas tan fuerte que se prenden las alertas'', me dicen los pajaritos. Ya saben cómo es la vaina -es decir, la cosa-. Conocen a la luna maldita que se oculta detrás de mi frente y en el centro de mi cabeza. Ya saben cómo es la gorda roja. Y en honor a la alerta, no voy a callarme ni bajar cabezas, sino a sacar linternas y hacer fogatas, para encontrar el inicio del hilo que amarra el globo de mi estómago.
Con amor y esperanzas, Francisca.
07/12/18