El ejercicio de escribir no es automático. Por lo menos en mi caso. Mis escritos van revoloteando en mi cabeza un tiempo, cual enjambre de abejas, y transitan el laberíntico andar de mis emociones hasta que finalmente encuentran la salida en la punta de mis dedos. Escribir es dejarse llevar por la historia y la vivencia. Dejar que los dedos floten a merced de la corriente de la mente y el corazón.
No fue fácil escoger esta historia. Esta historia habla de mi mamá, de su niñez, de la experiencia que la arrojó 40 años después a la oscuridad. Me la contó un día de noviembre, con lágrimas en los ojos, tomándose un mínimo vaso de agua sentada al borde de su cama. Me la confió a mi, su hijo mayor, para que supiera de dónde viene y a dónde llegó.
Mi mamá es de Piedra Grande, caserío minúsculo en el sur de Falcón. Nació a finales de los 40’s y es la mayor de cinco hermanos. En aquella época, al igual que ahora, Piedra Grande era un poblado apacible y tranquilo, cuna de chivos, zábila, cardones, tunas y cielo azul. Mi abuelo hacía la brega diaria de jopear a las cabras, moler el maíz, enseñar a leer, hacer queso, críar gallinas y matar chivos para comer. Mi abuela era maestra de escuela, cocinera, tejedora y madre. Así vivió sin contratiempos sus sueños de niña. Hasta que un día cualquiera, según ella misma me cuenta, mi abuela se vistió y preparó para un viaje. Sin aviso llegó de la nada un Willys que la llevaría lejos a curarse, porque en los caseríos perdidos no había médicos ni medicinas, sólo Dios y la esperanza de no morir en los 200 kilómetros de distancia hasta el hospital más cercano. Ese día y sin entender nada, los cinco niños solo pudieron mover sus manos de un lado a otro para despedirse a la distancia de su mamá y después confundirse en la nube de polvo que quedó cuando el carro se alejó por allá, cerca de la colina del cementerio.
No pasó mucho tiempo. El Willys regresó con su nube de polvo un día que mi mamá jugaba muñecas en el patio de la casa. No venía mi abuela, sino una tía de mi mamá.
–Elías!– gritó con fuerza, y mi abuelo acudió de inmediato. De lejos mi mamá los veía hablar, gesticular y entenderse. Vió sus caras largas, la mano de mi abuelo posarse en su frente, la de ella en su hombro, la tristeza en sus ojos y el derrumbe. Supo q mi abuela no regresaría más nunca a aquellas calles polvorientas, a su abrazo, a sus manos y a su vida. Tenía apenas nueve años.
–Te traje esta carta, la escribió Carmen antes de morir– dijo la tía, extendiéndo su brazo hacia mi abuelo.
El la leyó, con calma y pausa. Suspiró. Se resignó. Llamó a mi mamá y a su hermana menor.
–Hijas, su mamá murió. De tuberculosis. Fue enterrada en Maracaibo, porque la enfermedad que tuvo no permitía trasladarla para acá. Me ha dejado esta carta. Me pidió que se las entregue a sus tías de Pedregal para que ellas las críen y eduquen– Dos niñas de campo, sin derecho a opinar o a disentir, partieron esa misma tarde de Piedra Grande a vivir su vida lejos de los cardones, de los chivos, las gallinas, del cielo azul, de sus hermanos varones y de su padre.
–Extrañé toda la vida a mi papá y a mi mamá– me dijo desde aquella orilla de la cama.
–Extraño no haber crecido con él, no haber vivido en mi pueblo. Odio haber tenido que crecer sola y no soporto sentir este desarraigo que me esta matando– vivía ahora en una gran ciudad, tenía 50 años, una carrera universitaria, un esposo compañero, tres hijos y un hogar.
Yo, entendiendo en aquel segundo que la vida es sucesión y simpleza pura, la abracé. Y al sentir sus lágrimas en mi hombro, solo pude llorar de extrañeza junto con ella.
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Aclaro que el sitio https://cronicasdeapie.wordpress.com es mi blog personal, desde donde he compartido y compartiré contenido en el futuro para este nuevo blog que desarrollaré en steemit. Soy el autor de todo el contenido que he publicado y publicaré en steemit. Gracias!
Viejo, sinceramente que bien que el escribir no es algo automatico, pues esa organización previa te permite dar un relato bien estructurado y con un gran final. Muy buen post! Sigue dandole.
A veces lo que queda en el pasado duele, pero lo que tenemos hoy reconforta, pues es fruto de enormes esfuerzos que llenan el vacío de aquellos momentos.
Un abrazo man.
Saludos! @manurodriguez muchas gracias por leerme. Agradezco la buena lectura de mis textos. A eso vine a esta red, a leer buenos textos y a compartir los míos. Gracias por tu gran apoyo! un abrazo hermano.
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