HIERÓN, O ACERCA DE LA TIRANIA
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Los griegos, los antiguos, sus pensadores y filósofos, fueron gente de mucha sabiduría, los primeros en profundizar en la crítica como posibilidad emancipadora. La primera gran revolución del conocimiento, con repercusiones hasta el día de hoy, sucedió en los siglos V y IV A.C. en tierras helénicas donde confluye el Oriente con el Occidente siendo el Mar Mediterráneo el vehículo de los intercambios.
El dialogo era para los griegos antiguos apertura, crecimiento y búsqueda de la verdad bajo el predominio de la razón. El “conócete a ti mismo” socrático sirvió como metodología esencial para encarar los grandes misterios humanos. El tema de la política y el poder ocupó vastas disquisiciones como la que recoge admirablemente el Dr. Mariano Nava Contreras, filólogo de la ULA, en su traducción y notas del “Hierón, o acerca de la tiranía” (2013) del historiador Jenofonte.
Si algo les preocupó en demasía a los griegos antiguos fue el poder y los sistemas políticos que derivaban del comportamiento de sus líderes en directa relación con el bienestar de los dirigidos. Haciendo una taxonomía sencilla nos encontramos que la Aristocracia es el gobierno de los mejores, y que la mayoría confunde con el de los más ricos: Plutocracia. La Democracia viene a representar el gobierno del pueblo, de los demagogos y populistas. La Tiranía: el gobierno de uno sólo, que bien puede ser positivo o negativo de acuerdo a las cualidades del príncipe o rey. Y la Kakistocracia: el gobierno de los más malos, de los peores o mediocres.
Cada circunstancia espacial y temporal daba al desempeño gubernamental o personalista una fisonomía de un poder sin apenas límites o contrapesos. En la Edad Media el poder se atomizó y el referente eclesiástico entre Roma y Bizancio contribuyó a un orden precario que Maquiavelo en el Renacimiento italiano, 1000 años después, intentó domesticar retomando los debates de los griegos antiguos en torno a un príncipe virtuoso como modelo a perseguir. El mantenimiento del poder era un arte que sólo valía la pena si garantizaba el acompañamiento con los dirigidos de una forma amable. El poder despótico era y es expresión de irracionalidad y locura.
Aun así habrá que esperar a la caída de los reyes a finales del siglo XVIII y la inauguración de sistemas políticos parlamentarios, convirtiendo a la división de poderes dentro de la organización estadal, como la gran revolución hacia un poder vigilado por una soberanía popular, epicentro de la democracia. Decía Montesquieu (1689-1755) que “todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder”.
A partir de entonces y bajo el acompañamiento filosófico y principista del resguardo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) todos los textos constitucionales modernos han pretendido que el poder esté al servicio de la ciudadanía y que sea la sociedad lo que realmente importe dentro de las estructuras sociológicas más diversas.
El problema de fondo de la política y del ejercicio del poder es como evitar que el gobernante no atente contra el bienestar de sus dirigidos a través de malas decisiones o usurpando la “soberanía popular” con arrebatos delirantes de una grandeza falsa que confunde con privilegios, y lo que es peor, con el endiosamiento propio y la aspiración de perpetuarse en la cima del poder. Un gobernante cuyas ejecutorias, sin vigilancia ni contrapeso institucional real, le acerca a la fisionomía del tirano. Para los griegos antiguos, un tirano negativo, es un gobernante cuya autoridad se sostiene en su propia voluntad de poder desde la crueldad y el menosprecio hacia los súbditos.
Por cierto en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se sostiene que: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. La más grande preocupación del déspota, tirano, usurpador, dictador o caudillo es la de ser desalojado del poder mediante el recurso de la rebelión legítima de parte de quienes sufren la opresión y el daño sobre sus bienes y vidas.
Volviendo a Jenofonte hay en sus pensamientos una preocupación central con relación al gobernante bueno: “… al varón que gobierna lo acompaña una suerte de dignidad y de gracia que le viene de los dioses”. En la “Ciropedia”, el manual del perfecto soberano, ahí Jenofonte señala que todo rey debe procurar la felicidad de sus súbditos. Maquiavelo, que bien sabía de estos debates entre los griegos, sostuvo que el Príncipe debería aspirar a la virtud y la gloria: ni más ni menos.
En “Hierón, o acerca de la tiranía”, Jenofonte establece las pautas del gobernante poseedor de cualidades positivas. Simónides: “No lo pienses más, Hierón, enriquece a tus amigos y te enriquecerás a ti mismo, acrecienta a tú ciudad y verás crecer tú poder, procura aliados para ella, y los tendrás como aliados para ti, piensa que la patria es tú casa, los ciudadanos tus compañeros, los amigos tus propios hijos, los hijos tu propia alma y a todos ellos intenta conquistarlos haciéndoles el bien. Que si te impones a tus amigos haciéndoles el bien, no habrá enemigo que pueda resistirse a ti, y si todo esto haces, sábelo bien, habrás alcanzado la fortuna de ser el mejor y más dichoso de todos los hombres, pues serás feliz sin ser envidiado”.
Dr. Angel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ
@LOMBARDIBOSCAN
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