23 DE ENERO 2019: RECUPERAR LA DEMOCRACIA
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La Historia de Venezuela, contada mitológicamente, es una metafísica del poder embellecida por un heroísmo nacional cuya simbología descansa en Simón Bolívar. Para los efectos del criollismo post independentista, la imposición del Mito Bolívar (1842), elaborado por una intelectualidad sumisa, fue un ardid ideológico de eficaz resultado para imaginar una nación que en la práctica nunca existió más allá de los linderos legales y declarativos. La Razón de Estado era la arbitrariedad de los caudillos macheteros en un entorno rural primitivo.
Nos asumimos en una república sin republicanos desde el despojo de una sociedad que negó sus antecedentes coloniales y que la guerra de la independencia destruyó. En “Venezuela Violenta” (1968) de Orlando Araujo (1927-1987) se hace una radiografía de un destino nacional extraviado y de una incapacidad para construir sociedad sostenible distante de una violencia indómita. El siglo XIX es un siglo de la derrota: no hay logros que destacar desde una ruralidad de rutinas microscópicas apenas auto sostenible por una pobreza que la escaza demografía pudo disimular.
El poder en Venezuela se hizo feudal y arbitrario. Sólo la irrupción del petróleo y la presencia de las compañías extranjeras en alianza con los distintos shogunatos tropicales posibilitaron una apertura a un mundo exterior que exigía de Venezuela en el siglo XX pasar de las formalidades a los hechos en la construcción de la modernidad siempre esquiva. El caudillismo era una rémora; y el militarismo como su derivado, otra ancla aún más profunda porque Venezuela se hizo desde una guerra de exterminio y no a través de los acuerdos. La súbita riqueza petrolera nos hizo entrar al siglo XX a trompicones: el urbanismo desordenado arrastró consigo el caudal de una pobreza alimentada desde el rencor y una ciudadanía invisible. Y por primera vez hubo una generación, la del 28, que enfrentó los acostumbrados abusos de los regímenes de fuerza.
El 18 de octubre de 1945, a través de un golpe cívico/militar, Venezuela desarrolló, por primera vez en su historia política, un programa real de reconstrucción nacional sobre fundamentos modernos con un plan de industrialización y reforma agraria incluida. Aun así, el protagonismo civil, formato esencial de todo acuerdo civilizatorio, no tenía aún la robustez para imponerse. El derrocamiento del presidente Rómulo Gallegos en 1948 hizo volver a los militares al poder como siempre: agrietando la institucionalidad e imponiendo la arbitrariedad como era su costumbre, y siempre, alegando representar la herencia de Simón Bolívar. Los diez años de la dictadura perejimenista fueron de un desarrollo económico vertiginoso aunque sin las libertades democráticas requeridas. La caída del dictador el 23 de enero de 1958 inauguró la democracia quinquenal y bipartidista; pactada y policlasista; petrolera y urbana; optimista y pacífica.
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Por primera vez el protagonismo civil puso en cintura al de los militares. Fueron 40 años, vistos en perspectiva, los mejores en la Historia de Venezuela. Naturalmente que los sustentos estructurales de la desigualdad social nunca se afectaron y que la democracia también era una plutocracia. Y que la dependencia petrolera nos llevó hacia el derroche y la corrupción. El ascenso de una clase media profesional desde un esfuerzo educativo nacional importante trató de blindar a un sistema auto/satisfecho de sí mismo e incapaz de revisar sus debilidades. En 1989 empezó la implosión, y más luego de las intentonas golpistas del año 1992, un nuevo ascenso de la casta militar recuperando el terreno perdido utilizando paradójicamente a la misma institucionalidad democrática preexistente a la que se dedicó a destruir.
Hoy, luego de 20 años de otra dominación militar que cuenta con la asesoría cubana, el sustento de las bayonetas y la simbología bolivariana aérea, podemos decir que Venezuela ha sido sacada de la historia de acuerdo a la lógica hegeliana. Nunca más seremos lo que fuimos. Reconstruir a Venezuela es un imperativo. Por nosotros y las generaciones futuras.
El chavismo bolivariano posee unas rutinas de comportamiento alrededor de la mediocridad y el pecado. El analfabetismo emocional de sus cuadros dirigentes son expresión de una anomalía que hunde sus raíces en una irracionalidad peligrosa y desenfrenada muy cercano a lo que Hannah Arendt (1906-1975) denominó en su momento como: “la banalidad del mal”. Su obsesión por el poder les ha nublado la mente y ha preferido el enfrentamiento a los acuerdos bajo la premisa que hoy son la fuerza.
Han destruido a Venezuela y borrado todo vestigio de legitimidad política que les sustente o les otorgue rendimiento gubernamental aceptable. Además, han perseguido a la disidencia y tienen presos políticos, algo inaceptable, para el resguardo de los Derechos Humanos.
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Están divididos en facciones irreconciliables; aislados internacionalmente y se han quedado sin los esenciales recursos para alimentar a una clientela menesterosa y descontenta. Por otro lado, han abolido la meritocracia y el valor del trabajo; han estimulado un doloroso éxodo que ha roto el tejido social y familiar de millones de venezolanos y han quebrado la estructura de servicios más esenciales que requiere toda sociedad que aspire a una vida digna.
Es por ello que en éste 23 de enero, fecha simbólica y de reafirmación pro-democrática, la sociedad venezolana se vuelve a movilizar cívicamente y pacíficamente en las calles de todas las ciudades de Venezuela exigiendo un retorno a la cordura, al buen vivir y a la decencia, a recuperar el presente y futuro que hoy nos arrebatan: a volver a vivir en democracia.
Es tarea de los políticos de bien no equivocarse en ésta gran aspiración colectiva que resulta de una necesidad histórica, incluso, con relación a la misma sobrevivencia de millones de compatriotas. La crisis humanitaria en Venezuela es una tragedia histórica sólo comparable a cataclismos sociales cercanos a una guerra o al terror de los despotismos sufridos en las eras de Stalin, Mao y Castro.
Todos los venezolanos: acompañémonos y confiemos que sí es posible ésta suprema aspiración. Reconciliarnos y recuperar la paz no tiene sustituto.
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Dr. Angel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ
@LOMBARDIBOSCAN
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