No atino el sueño en cama; Marta aún está en el teatro. Pueda que hoy le cuente, o deje, como siempre, espacio a sus historias. Tengo la nueva costumbre de preferir que sean otros los que hablen y expreso solo lo necesario.
Las personas que hablan mucho logran desempacar lo que llevan dentro y son entonces más ligeras, decía mi amigo Zeus, como si quedaran solteras luego de un espinoso divorcio, y de camino a otra experiencia, sin espasmos de inquietudes, ni remordimientos añejos. Sucede que ahora me vuelco en la idea de contarles lo que me ha estado pasando, pero el sigilo sigue siendo mi mejor oferta. Colisión de nervios en soledad, vacilaciones que enraman mi estancia, disocian cualquiera de mis intentos; ¿y me pregunto Andrés por qué tanta espera, por qué solapas tus planes frente a los míos? no he sido capaz de dejarte, pero tampoco de tenerte, tu sola presencia encaja en los rincones baldíos de mi carne, desde que llegaste ha sido así. No me preguntaste si quería que te quedaras aquella noche, solo tu silencio se instaló como acción involuntaria, sin embargo, sigo sin entender, porque en el ostracismo que me encuentro no tengo nada para ti.
Cuando cumplí los 8 aprendí la habilidad de mutar un pensamiento, de construir otro en segundos, de ignorar la realidad cuando esta se impregnaba sin aire; tú lo sabías mamá, y entristecías por ver pedazos de ti, en mí. Te dolía porque no lo podías impedir, -la memoria es lo único que te pertenece, como la muerte- decías entre dientes.
Cuantas historias rehúndan estos espacios que ahora transito, pareciera que mi nombre dejo de ser, para convertirse en la novia de alguien, tal vez, soy más eso de lo que ves en mi Andrés, y lo que es más confuso, me ha gustado. Por mucho tiempo preferí que fuese así. Pero el amor no es condición, y he sacudido el descuido Andrés, y por primera vez temo en que en mi memoria no te encuentre.
Desde que volví a este apartamento, no participé de charlas retóricas ni di cabida a encuentros espontáneos como en la época de estudiante universitaria, pese a los tantos años de amistad y hermandad que me unían a Martha y a Zeus. Volví a confiarle mi vida a estos espacios radiantes y extensos, con un balcón de permanencia abierto, apreciándose el sur de la ciudad y ese verde que se riega a diario en el ánimo, porque era lo único que para entonces me sujetaba a la realidad, y lo real era lo tangible y conocido para mí.
Está ocurriendo otra vez. Un domingo me toma desencajada, anhelando un lunes, un después del trabajo, una cita a solas conmigo, donde tú estás y yo no existo. Decidí no concederme tiempo, resulto ser muchos puntos en gravedad. Tengo la certeza de no conocerme, pero contigo, en ese lugar donde no soy, puedo repasar que vivo. ¡Oh...Tozuda soledad encaramando mi vestido!, ideando convertir mi cabello en plaza de fulero.
El arresto no sucedía pese a las constantes visitas a aquella casa con cinco años de abandono. Aquel mendigo arrendaba una vida nocturna en sus paredes roídas y agrietadas; Aranza puntualmente dibujaba excusas, eligiendo quedarse a 50 mts de distancia, con las luces apagadas del auto, sin consignar el valor de solicitarle el desalojo.