El ser humano, en lugar de jugar un rol de administrador de los recursos que están a su alcance, ha jugado un rol de depredador. Derrochando, desperdiciando, mal-baratando, abusando del planeta. Tal vez no pensó que en algún momento estos recursos menguarían y acabarían. Vivo ejemplo de ello son los mineros. Al menos los mineros que yo conozco, los que explotan en el sur de Venezuela. Todos los días son millonarios y todos los días son pobres. Lo que ganan lo gastan hasta volverse tan pobres como iniciaron y el ciclo se repite. Agotan y destruyen un lugar, luego se pasan a otro y van regando su destrucción mientras ellos siguen siendo ricos con una vida mísera. Es difícil de explicar, tienen dinero para gastar a manos llenas, pero nunca llegan a salir de la miseria de la mina, donde la malaria y la prostitución reinan y sus casas son cuatro palos con una lona por techo... A su alrededor, las aguas contaminadas, los árboles talados. Esto por poner un ejemplo. Así actúa la raza en términos generales; sin respetar, sin devolver, sin estimar el daño. Aún cuando en este último siglo ha habido cierto despertar de conciencia en cuanto al daño causado al planeta, revertir un mal que viene haciéndose durante tantos años, es como el fumador que deja de fumar cuando ya tiene cáncer. Ya no lo puede remediar.