Unas viejas láminas de hierro corroídas por la inclemente acción del sol y la humedad de la lluvia le escoltaban. En medio de la oscura tierra, ella lucía su belleza rosa, delicada y suave muy a pesar de que el óxido de aquellas viejas láminas yacían atras de ella. A veces me pregunto si ella pertenecía a ese lugar, si acaso su misión era adornar con sus colores aquel triste emplazamiento o suavizar con su sutileza el áspero óxido férrico; o en cambio, si su lugar estaba junto a otras flores tan y más hermosas que ella, ¿cuál era su lugar?
Aquella escena parecía insignificante, pero al ver bien, quizás con aquello que es invisible a los ojos, tomé mi cámara preguntándome a la vez cuál era la esencia de aquel espacio, ¿qué lo hacía tan especial? Ajusté el enfoque y la exposición de forma manual y pulsé el botón del obturador. Buscaba ubicar a aquella flor en alguno de los bordes de la foto mientras mi inquietud seguía tomando cuerpo. Hice unas 4 o 5 tomas y me decanté por la que les he mostrado anteriormente. Sin duda, ella era el centro de aquel espacio.
Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.
Antoine de Saint-Exupéry.
¿A dónde pertenecemos? Es una gran incógnita. Si aquella flor no hubiese estado allí en medio de aquel ambiente húmedo ¿hubiese tenido algo de especial? Si la flor hubiese estado rodeada de muchas otras flores, ¿cómo hubiese destacado? O si en cambio sólo hubiese podido fotografiar a un hierro oxidado y abandonado, ¿tendría sentido escribirles hoy?
A dónde pertenece la flor quizás no te importe. Pero, ¿te has preguntado a dónde perteneces tú? ¿Eres de un sitio en donde todo se parece a ti o de uno en el que puedes adornarlo todo con tus dones?
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Blog: @JulioRenee