Soñando despierto, Santiago estaba perdido en un mundo de historias que leía en su libro.
-Hola. -Dijo Dilio- dibujando una sonrisa en su rostro y de manera agradable como solía ser.
Santiago, perturbado y espantado, despertado de sus sueños tan de repente, aún no se componía a la realidad, y no sabía que decir.
-Perdóname, no era mi intención interrumpirte o molestarte, pero me dió curiosidad ver este árbol y me acerqué sin saber que había alguien aquí, pensé que estaba solo. -Dijo Dilio mientras se rascaba la cabeza-.
Santiago abrumado, pensando con desconfianza y con temor que quizás esté siendo víctima de alguna broma, le dice: -Gracias, y perdón, no sabía, lo siento, se me hizo tarde, me voy.
Desconcertado ante aquel diálogo sin sentido de Santiago, Dilio se apresura a seguirle el paso.
-¡Oye! ¡Espera!
-Lo siento, debo irme.
Dilio se detuvo, y se regresó al árbol pensando en lo raras que pueden ser las personas. Quizás por travesura de un destino muerto de aburrimiento, Dilio se da cuenta que en el suelo hay un cuaderno.
-El raro dejó un cuaderno por su apuro-. Pensó Dilio en voz alta.
Lo abrió y comenzó a leerlo. Una lectura que había comenzado por curiosidad y algo de desdén, se fue tornando algo atractiva. Sentado en el árbol, Dilio había olvidado por completo su fiesta de cumpleaños que hasta hace unos minutos era la comidilla de la universidad, para darle espacio en su mente al nombre de Santiago, y a quién era.
Se reía, en ocasiones se ponía serio, y en unas hasta los ojos se le humedecieron de cierta tristeza y nostalgia, pero al instante le sobrevenía una sensación de alegría. Hoja tras hoja, Dilio estaba entregado a su lectura, esa tarde se le olvidó todo, incluso hasta el tiempo.
El frío hizo que Dilio abriera sus ojos a la realidad, para darse cuenta que ya era casi de noche y la universidad estaba casi sola. Tomo un bus para irse a su casa, se sentó en uno de los últimos asientos, junto a una ventana, sonrió. Al llegar a su casa Dilio se encontró con una cantidad de gente, familiares y amigos que estaban esperándolo, sonrío para todos y solo pensando en que las horas pasaran los mas rápido posible y que todo terminara para irse a su cuarto a descansar, a leer.
Santiago estaba en un desconcierto total, pensando en una razón lógica que sustentara, por qué el chico más apuesto de la universidad le había regalado un hola con una sonrisa. Ansioso, tomó su morral para buscar a su confidente y contarle lo sucedido. Angustia total, cuando al buscar su cuaderno no lo encontró.
A los dos, les costó dormirse esa noche, uno inspirado, el otro angustiado. Esa noche los dos soñaron un mismo sueño.
Dilio era era un ángel tan vanidoso, que se creía el más agraciado del cielo, y que incluso, se jactaba de superar la belleza de los arcángeles. Su padre, harto de su soberbia, decidió darle una lección, y como castigo, le expulsó provisionalmente del Cielo.
En el Infierno, Santiago se lamentaba de no poseer las cualidades necesarias para merecer ser un demonio. Su padre se avergonzaba de él por no considerarlo digno de su rango, lo castigó expulsándolo del Infierno.
Desterrados en la Tierra, camuflados entre los mortales, y prisioneros de su exilio, sus caminos se cruzaron mágicamente. La atracción fue inevitable.
Una pasión marcada por la tragedia que trascendía los límites entre el Cielo y el Infierno. Un amor condenado y maldecido. Su romance fue perseguido con avidez por fuerzas celestiales y demoníacas.
En el Infierno, Santiago fue juzgado con rigor y posteriormente condenado a una vida terrenal. Antes de la ejecución de su pena, le hizo llegar a Dilio la promesa de que reencarnaría en un mortal en la Tierra.
En el Cielo, Dilio asumía resignado el veredicto de su juicio. Fue convertido en un ángel caído, y expulsado del paraíso para siempre, la mayor humillación que un miembro de su rango podía experimentar.
Desolado por su ausencia, Dilio vagaba eternamente por el mundo buscando a Santiago, anhelándolo con desesperación, pero el mundo le parecía demasiado grande para encontrarlo, y su cándida esperanza se fue marchitando lentamente, junto a su confianza en los mortales, tras conocer la maldad que existía en la Tierra.
Los seres humanos se dedicaban a hacerse daño los unos a los otros, mentían y traicionaban, eran egoístas y crueles, se arrebataban lo más importante que poseían; la vida, y se olvidaban del sentimiento más sublime que podían sentir; el amor.
Los dos despertaron, cada uno sumido a su rutina diaria, con la única diferencia, que esta vez ansiaba su ida a la universidad y encontrarse.
Santiago al salir de clases, se fué con cierta prisa hacia aquel árbol que por metáfora del destino, le daría vida o muerte a las sensaciones y emociones que sentía en ese momento. Dilio ya estaba ahí, esperándolo, siempre con esa sonrisa agradable.
-Hola, ayer para mi fortuna dejaste tu cuaderno olvidado, cometí la grata imprudencia de leerlo, y menos mal, pues soñé contigo. En mi sueño eras un demonio y yo...
-Tu eras un ángel caído, que había perdido las esperanzas de encontrarme. -Dijo Santiago interrumpiéndole-.
Cada uno por su lado, sin saber lo que dirán, se miraban fijamente, sintiendo intensamente.-No te vayas, no te quedes,no me hagas daño. Todo eso pronunciaba Santiago en su mente.
Dilio, viéndolo a la cara, le dió su cuaderno y le dijo:
-Comienza a escribir esta historia. Quiero leerte por el resto de mi vida.