En ese momento recordé haber oído la palabra anteriormente pero no la asociaba con nada conocido, por lo que mi atención cambió de rumbo y más que los músicos fui observando detenidamente al grupo.
De repente como posesionados por algo desconocido se fueron abalanzando unos contra otros, como carneros en celo que chocan sus cornamentas y a cada momento alguno rodaba por la arena por la fuerza de los golpes o por perder el equilibrio al errar alguno.
Cabezas, hombros, piernas, pechos, espaldas, brazos y cualquier rincón de la anatomía que quedara expuesto fueron víctimas de los choques violentos de estos carros humanos cuyo grado de masoquismo iba en aumento mientras que yo, como monja en prostíbulo, abría los ojos desmesuradamente ante el ritual que religiosamente los muchachos iban efectuando, haciendo un fugaz balance de la cantidad de dientes rotos, músculos lacerados y huesos adoloridos que al día siguiente iban a amanecer como resultado de la osadía.
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Seguidamente los círculos fueron uniéndose a otros y en poco tiempo todo parecía una guerra de sonámbulos borrachos que en repetidas ocasiones llegaban a golpearme como efecto de algún rebote o de alguna intención malsana de hacer rodar al viejito por la arena.
Chicos y chicas se daban sus respectivos porrazos con intensidades superiores e inyectados de alguna hipnosis alucinógena ocasionada por los acordes y las letras de las canciones.
Pensaba haberlo visto todo cuando asistí a un concierto de rock pero estaba sin lugar a dudas equivocado.
Un gordo parecido a Moby Dick casi me convierte en papilla y hace que mi trasero se llene de arena de playa en el preciso momento en que todo se queda en silencio y la banda espera darle paso a la siguiente.
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Me levanto sacudiéndome los pantalones y me dirijo a uno de los baños portátiles que han sido colocados en el lugar, dándome cuenta que he pasado a ser el mayor estúpido de todos al no hacerlo mientras se daban sus respectivos tortazos, ya que la cola que estaba era tan larga como verso alejandrino dicho por tartamudo.
Los minutos se me hacen eternos y cuando algunos sonidos de los próximos artistas empiezan a inundar el lugar siento el alivio que podré hacer en paz mi encargo, pero nuevamente me equivoco, al minuto de estar dentro del habitáculo, los gritos desaforados de los jóvenes y los golpes que le dan al lugar donde estoy casi me dejan con un cólico nefrítico.
Salgo de allí caminando como La Pantera Rosa, me dirijo en dirección contraria a donde se han ido haciendo las nuevas ruedas y como Correcaminos perseguido por El coyote salgo de ese manicomio.
Podrá ser eso de tripear un arte o un baile nuevo pero mis huesitos ya no lo soportarían.
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jajajajajaj, que buen relato, muy ameno, solo al pato lukas no le pasan cosas imposibles, mi saludos@joseph1956
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