Los edificios desgastados muestran la triste agonía de una ciudad azotada por la inclemencia de la lluvia. Un lluvia que no cesa, nos destruye los ánimos de seguir viviendo esta decadente existencia.
Una sociedad que se mueve de aquí hacia allá sin motivos previos, solo nos incitan a luchar entre nosotros mismos.
Comernos la carne sin ningún ápice de moral y ética, mientras los más poderosos disfrutan desde sus sillas de oro como los pobres mueren por un pedazo de pan.
Los cables dispersos en el aire se despegan de sus conectores dejando estancado los servidores de red, y las personas conectadas al ciberespacio deben esperar un lapso prolongado para ir al mundo soñado y creado por las corporaciones para su beneficio.
Las calles se congestionan por el tráfico de vehículos viejos y oxidados. Vendedores ambulantes que toman las aceras para formar un negocio insalubre de comida; peatones que corren con sus abrigos dañados para cubrirse de un tormento que cae desde los cielos.
Bullicio, humo, mal olor desde las cañerias y un constante tintineo de las luces de neón en los terrados de los viejos hoteles que se niegan a morir.
Esta es la ciudad que me vio nacer, esta es la ciudad que verá morir a otro ser humano y nadie notará la diferencia, porque yo solo soy un simple punto insignificante en el universo infinito.
Pero también lo son ellos, los grandes, los poderosos gobernantes que no quieren sufrir la perdida de su estado político. La sociedad los odia pero con las manos atadas un luchador no puede hacer mucho. Los ideales de un mundo mejor es imposible de soñar cuando se tiene el estómago vacío.
¿Qué esperas para saltar al sucio vacío de la muerte? Me digo sin pensar.
¿Qué me detiene? ¿ Qué me hace retroceder del balcón?
El enorme cartel iluminado que tengo al frente me da la respuesta que necesita mi alma.
NUNCA PIERDAS LAS ESPERANZAS.
Freddy Betancourt.