En un día de clases, cuando estudiaba tercer semestre en la universidad, el profesor nos realizó un examen sorpresa. Leí rápidamente las preguntas, hasta llegar a la última:
—¿Cuál es el nombre del señor de la cafetería?
Probablemente era una broma. Había conversado muchas veces con ese señor, cada vez que compraba algo de comer. Él era bajo, gordo, unos 60 años, pero nunca le había preguntado su nombre.
Entregue mi examen sin contestar esa última pregunta. Antes de terminar la clase, le pregunte al profesor:
—¿Esa última preguntara sumara a la nota de calificación?
—Por supuesto— me contestó—En sus carreras todos conocerán a muchas personas. Todas son importantes, y merecen su atención y respeto, aunque solo sea para sonreírles y saludarlos.
Nunca olvidare esa lección, a los días supe que su nombre era Javier.
Totalmente de acuerdo!
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