En la antigua ley, Dios le dio a su pueblo un día de reposo específico. Era un mandamiento y Dios les expuso las razones por las cuales se los daba Tenía que cumplirse aquel mandato, y su desobediencia era castigada aun con la muerte (Éxodo 35.1-3).
Era, pues, un mandamiento muy serio y estricto. Pero este día de reposo estaba profetizado que había de terminar, y en el Antiguo Testamento en el libro de Oseas podemos leer que Dios, por medio de su profeta, así lo anunció (Oseas 2.11).
El cumplimiento de esta profecía se verificó cuando nuestro Divino Salvador murió en la cruz del Calvario (Coloniz. 2.13-17). Allí en la cruz quedó clavada también la antigua ley y entró en vigor en nuevo testamento (Hebreos. 9.16-17).
Ahora bien, también en el Antiguo Testamento estaba profetizado el día de reposo cristiano (Jeremías. 6.16). Allí se nos habla de un camino que ahora todos nosotros, por gracia de Dios, hallamos y conocemos (Juan 4.6).
El cumplimiento de esta profecía lo escuchamos claro y amoroso en la voz de nuestro bendito y divino salvador en Mateo 11.28-29.
¡He allí el día de reposo cristiano! Un día que empieza cuando respondemos al llamado del Señor (¡Venid!) y nos acercamos a él, y le creemos, y le obedecemos (Marcos 16.16). Un día que ya no tendrá fin. Un día del que empezamos a gozar aquí y seguiremos gozando por la eternidad.