Al contemplar tanta
refulgente luz
en las estrellas
que alumbran la
negra noche humana,
ubicadas a millones
de años luz de distancia
de mi realidad;
viene a mi memoria
aquella vieja frase
que encontré en un cofre empolvado de mis recuerdos:
"No quiero ser el sol;
solo ser una simple
luz donde me pongan".
No sé, que anónimo
poeta o filósofo se
inspiró en la verdad,
pero su pequeña
frase, se ha vuelto
una premisa
para mí andar.
¿Cuántos soles alumbran
hoy nuestra historia?
Gabo resplandece
en la literatura,
Neruda alumbra con
luz propia en la poesía,
Platón aún después
de tanto, en la filosofía.
Pareciera que mi
estrella se ha perdido,
pues la busco,
y ni un tenue brillo
advierte allá arriba
de mi existencia.
¿Será que estoy
buscando la gloria,
la inmortalidad?
¿Que mi nombre
se enmarque
entre destellos?
¿O será que estoy
buscando en el
sitio indebido?
Parece ser que sí,
que mi lugar no
está entre los
grandes astros.
Así que, dirijo mi
mirada a los mortales
y mis ojos pasan
de lo alto y glorioso,
a lo bajo, pero real.
A mí diario vivir,
a mi normal existencia,
a una casa como tantas,
y en ella, una luz
que se refleja
en los ojos de mis hijos,
de mis dos ángeles sin alas; cuando me miran
no necesito estar
incrustado en la
bóveda celeste
para ser inmortal.
Cuando ella me mira,
veo una centella cruzar
en el fondo de dos
grandes espejos,
pero su luz no se
oculta en el horizonte;
no es un astro,
pero lleva mi nombre.
Cuando respiro
entre amores y
perciben los ojos
de mi alma sus
pequeñas lumbres;
entiendo... Se me ha
dado la gloria.
Cuando la esperanza,
de que mi nombre
en el libro de la vida,
alumbre más allá
de mi fugas existencia
y con visos eternos;
descubro que no
necesito que mi
nombre resplandezca
entre loores,
solo ser... Aquella
pequeña luz,
que alumbra
donde se pone.
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Imagen tomada de Pixabay.
Higher calling!!