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Nachi se había quedado haciendo como que hojeaba un libro, pero tenía toda la atención puesta en la conversación de Candi y el Vasco. Cuando oía lo que Candi le decía, se llamó tonta a sí misma y se avergonzó por el ridículo tan grande delante de su marido, después de lo que le había dicho. Salió deprisa y todavía encontró a Jaime con algunos incondicionales en el bar de enfrente. Les contó lo que había oído, a pesar de lo cual no le hicieron caso: «cosas de Nachi», pensaban; y terminó Jaime:
—A ver si te despiertas, jovencita; da la impresión de que tu marido te está convirtiendo al bando contrario, donde parece que él milita desde hace tiempo. La capacidad de mentir que tienen los fascistas es ilimitada con tal de estar mamando de la teta del poder. Está visto que Candi te ha cautivado con sus patrañas.
Nachi se sublevaba. A pesar de que casi nadie había podido apabullarla, no encontraba respuesta contundente a la intervención de Jaime y sólo decía:
—Pero... ¿de qué bando hablas?, si, bando, lo que es bando, sólo existe el nuestro, y parece que siempre estamos creando un enemigo.
Cambió la expresión y se dirigió a todos con enojo suficiente para que nadie pronunciara ni una palabra:
—Me parece que estáis haciendo el gilipollas monumentalmente. Ahora mismo, cuando yo salía, entraba el Vasco a la dirección para hablar con Candi y el notario.
Jaime levantó las cejas seguro de sí mismo diciendo con voz redonda y engolada:
—«Yo me parece» que os lo he dicho en varias ocasiones, que este Vasco nunca me ha gustado ni un pelo. Muchos días lo he visto entrar en la Iglesia, y eso, desde luego, es mal síntoma; no podemos fiarnos mucho de su persona.
El marido de Nachi había sido seminarista, y en múltiples ocasiones, los dos habían comentado que Jaime algo ocultaba, ya que, a la menor, soltaba una puya contra el clero, la Iglesia o las instituciones religiosas de cualquier signo; y le había dicho que tenía un truco para cazar a los curas secularizados, que en estos últimos años, como aluvión, habían llegado a la enseñanza después de colgar la sotana, y que los había de tres tipos: la mayoría seguían observando convicciones religiosas y practicaban la liturgia como seglares; de la minoría, dos subgrupos: unos renegados y con problemas psicológicos profundos que, lo más seguro, ya padecían antes de haberse hecho curas; y otros que prescindían del asunto religioso sin trauma de ningún tipo; pero que todos ellos muestran una característica común, y es que todos ocultan, como si hubiera sido un gran delito, haber consagrado la Sagrada Hostia. El truco para detectarlos nunca lo había podido poner en práctica, pero era seguro que resultaría, por lo que Nachi, que era muy incisiva, decidió en ese momento hacer caso, por una vez, a su cándido marido; y sin más contemplaciones, cambió de conversación previa sonrisa y una frase introductoria:
—Bueno, a ver si por una nimiedad vamos a tener una fricción entre nosotros.
De momento cambiemos de tema. Voy a haceros una pregunta que no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando: en un libro de Historia que estoy leyendo, me sale una cita de la que no encuentro ninguna referencia bibliográfica por ninguna parte. A ver si alguno de vosotros me ayuda: ¿sabe alguien lo que es el “Liber Usualis”?
Jaime levantó el dedo derecho recitando, hecho un cuatro perfecto, sentado en el taburete, americana de cuadros y el primer botón de la camisa desabrochado, en la mano izquierda una copa de vino como si de liturgia se tratara, dándoselas de erudito:
—«Liber Usualis, missae et officii, pro dominicis et festis, cum cantu gregoriano, ex editione vaticana adamussim excerpto, et rhythmicis signis in subsidium cantorum, a solesmensibus monachis, diligenter ornato»…
—¡Picaste, macabeo! —interrumpió Nachi enfurecida sin ningún miramiento ni el más mínimo síntoma de vergüenza ajena, cosa que sí experimentó el resto de los compañeros que allí se encontraban. Siguió tratando de ridiculizarlo al máximo—: Tú eres cura, cabrón, lo tenías muy oculto: ese libro sólo lo conocen los curas; pero, los curas de verdad, los que han estado en el confesonario y los que han dicho misa; no los sacristanes ni los ex-seminaristas ni los que eran de “Acción Católica”, o de la “Joc”, o de la “Hoac”, o de “Juventudes Cristianas Comunistas”, o de “Cristianos por el Socialismo”; porque hace unos años, todos los españoles pertenecían, si exceptuamos a los exiliados y a los que sufrían prisión política, a uno de estos grupos. Tú, Jaime, lo que tienes es mucho rollo y vienes aquí en plan paternalista, y nos tomas como tomabas a las beatas de tu parroquia cuando se te irían los ojillos de salido detrás de ellas en las catequesis o en las cogorzas que te cogerías en la sacristía —Nachi parecía una metralleta que no cesaba de disparar tiros—, porque creo que los curas sois unos borrachines, si no alcohólicos perdidos, porque todas las mañanas os desayunáis con una copichuela —rayaba en la crueldad—. ¡Menudo pajarillo volandero estás tú hecho! —Jaime enrojecía inmóvil; la copa en su mano parecía suspendida en el aire—. Mírate, hombre; si te sale por las narices —se reía sarcástica—; y esos coloretes —Jaime, sin tener qué contestarle se había ido ruborizando cada vez más—, como si fueras de la religión del dios Baco, que era el dios de los borrachos o de los cogorzos, que es lo mismo.
Jaime había quedado abochornado con ojos de mulo muermoso a causa de la fiereza con la que había sido asaeteado. Damián trató de apagar en lo posible la vergüenza de Jaime y le dijo a Nachi:
—Voy a apuntar esa palabra, que me ha gustado mucho —sacó del bolsillo interior de la cazadora una agenda y un bolígrafo y apuntó “cogorza” para comentarla con Emilio, muy parecida a las raíces de las que le había hablado. En esta palabra también aparecía la raíz “krd” con una reduplicación de la primera sílaba con sonorización de la sorda intervocálica. Lo que ya no entendía Damián era que la consonante final habría sufrido un proceso de transformación, justo al contrario que el resto de las palabras que participaban del mismo fenómeno fonético. Terminó de escribirla y la dejó para el momento en que se reuniera de nuevo con Emilio, para tratar el asunto del cuaderno.
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