Hacía mucho calor, y la brisa no entraba, tampoco había aire acondicionado: lo típico en una universidad pública en Venezuela. Daniel miraba al horizonte, escuchaba el zumbido de los mosquitos y luego, de reojo, posaba su vista en la cadera de Valeria; todo esto mientras la profesora de estadística soltaba cosas por su boca que a Daniel y a los demás no les interesaba. Esta escena se repetía, casi a diario.
Solía Valeria atrapar a Daniel, mientras la veía, y le soltaba una mirada cómplice: su carita de ángel guardaba mucha oscuridad. Una de esas clases, en una cruzada de miradas, se invitaron mutuamente a salir de ahí. Salieron del salón y empezaron a subir escaleras, con la mano de Daniel apoyada entre las nalgas de Valeria, como si necesitase sostenerle el culo para no perderse.
El abandono, cada vez mayor, de estudiantes en las universidades públicas de Venezuela se está haciendo un mal crónico, pero a esto a Daniel y a Valeria les valía mierda, más bien lo prefieren así. Un campus universitario enorme, con muchos edificios casi totalmente desocupados, es un mundo de posibilidades para una pareja hambrienta de deseo. Daniel y Valeria subían siempre hasta el cuarto piso y entraban siempre al salón tres; cuando había alguna clase de movimiento en el piso se iban a algún laboratorio, o a algún otro edificio. La complicidad era tanta que con solo verse, un segundo o dos, sabían lo que el otro deseaba, y sabían, igualmente, cómo complacerse.
Daniel era un carajo súper serio, en apariencia, y Valeria era más bien una niña rubia, medio tonta que sabía sacarlo de sus casillas. Para el observador menos atento, ellos dos, al menos en público, eran sólo un par de amigos muy unidos, pero para el observador experto, para el observador que sabe leer entre líneas las intenciones y deseos ocultos en el corazón de las personas, ellos dos eran los perfectos amantes: muertos el uno por el otro.
Intentaron ligar deseo con sentimientos un par de veces, pero ambos eran unos desastres: inseguros, medio infieles, medio idiotas y, por completo, negados a cambiar. Un día, reunidos en una de sus casas, comprendieron que había magia en no cambiarse ellos mismos, en mantenerse igual de idiotas, luego él la vistió, le dio un beso en los labios, y ella lo miró con sus grandes ojos marrones… luego volvió a desvestirse. Al final, antes de que uno de los dos partiera, decidieron que lo mejor era mantenerlo simple, pues lo que es mágico no debe ser nunca alterado.
Todo se repetía día a día: complicidad, hambre y satisfacción, luego actuaban como si nada, hasta que un día llegó Sara. Ambas, Sara y Valeria eran muy amigas, y Daniel lo sabía, pero al ver el moreno rostro de Sara, al percibir cómo lo miraba, comprendía todo, comprendía, y compartía, el hambre que Sara sentía. La rubia de caderas grandes y la morena de torso abultado iban siempre juntas, casi como chicles, y Daniel, pese a los riesgos obvios de quedarse sin el chivo y sin el mecate, quería comer doble. ¿Creen que todo va a terminar mal? Pues no, esta no es una historia triste. De hecho, el final es casi poesía.
Un día, durante la tarde, decidieron salir a un centro comercial de la ciudad. Daniel y Valeria jugueteaban frente a Sara, se besaban en los labios y se reían, y esto a Sara no parecía incomodarle, sino más bien complacerle. Después de mucho rato disfrutando perder el tiempo, los tres se sentaron en un banco, cerca de la salida. El ambiente, al estar los tres, era vibrante. Valeria y Sara se irían juntas, y Daniel sentía comezón en la garganta, sentía miedo de que, por alguna razón, por alguna extraña conversación, lo que hubiese entre los tres muriera: pero nada que ver. Al despedirse, Valeria se acercó a Daniel y le besó los labios, luego Sara, al despedirse, también le besó los labios. Daniel estaba perplejo, y ellas reían. Daniel entendía: cómplices, los tres ahora somos cómplices.
El semestre iba terminando. Luego de besar a ambas, Daniel sabía que debía gestionar bien sus cartas para aprovechar cada oportunidad. La universidad, al irse muriendo cada semestre, se queda cada vez más sola: conveniente para Daniel, que sentía la furiosa necesidad de complacer a sus dos damas.
Lo marginal, al ser bien escrito, descrito y relatado, puede percibirse como magia: ellos tres eran unos marginales, unos liberales, unos locos, pero lo sentían como magia. En la universidad nunca lo hicieron los tres juntos: Daniel llevaba a Valeria a su sitio de siempre, apretaba sus grandes nalgas y la besaba con fuerza; a Sara la tomaba de la mano, la llevaba hasta un punto solitario, lleno de árboles y flores, y empezaba a lamer sus senos, luego ella se agachaba y lo veía a sus ojos desde abajo. Magia, Daniel sentía todo como magia.
Un amigo les dijo, un día en el que todos estaban reunidos en la plaza de la universidad, que haría una fiesta en su casa, que quedaba en un barrio en las afueras de la ciudad. Daniel, Valeria y Sara sabían que al ser un barrio y estar en las afueras, no iría tanta gente, y esto les encantaba. De 80 personas, fueron 25.
Daniel llegó antes. El ambiente estaba divertido, había buena música y abundaba el alcohol, pero Daniel sudaba, ansioso, porque quería que ya llegasen. Ambas llegaron juntas, lo saludaron con un beso en la mejilla y fueron, cada quien por su lado, a beber y a socializar. Luego de un par de cervezas, un juego de beber y de hablar con gente que no les interesaba en lo más mínimo, se sentaron, los tres, en un amplio mueble negro de cuero: los tres se habían cansado de ignorarse.
Fuente
Daniel agarro las manos de ambas damas y empezó a mirar hacia la nada, embobado por el alcohol. Luego de cinco minutos de ensoñamiento, empezó a besar a Valeria sin soltar la mano de Sara. Luego, empezó a besar a la morena. Daniel estaba fascinado, se sentía el rey del mundo, pero sabía que a sus reinas les faltaba un empujón para disfrutar aún más: soltó sus manos, las agarró, a ambas, por el cuello y luego acercó sus rostros. La morena y la rubia empezaron a besarse en el mueble oscuro, casi encima de Daniel, mientras todos en la fiesta los veían, a los tres, con la cara más suculenta de estupefacción. Los invitados los veían, con cara de embobados, pero el morbo les fascinaba. La morena soltó a la rubia y besó a Daniel; Daniel soltó a la morena y besó a la rubia. Daniel no aguantaba más, buscó al dueño de la casa y pidió una habitación, luego las tomó de la mano, entró al cuarto y pasó seguro.
Cuando una brincaba, la otra se retorcía, endemoniadas. A veces Daniel hacía que las dos estuviesen igualmente satisfechas, a veces se fijaba solo en una, luego en la otra, y a veces ellas lo ignoraban. Se hizo de madrugada y de la habitación seguían viniendo ruidos. Al amanecer, el dueño de la fiesta decidió tocar la puerta. Un golpe, dos, y nada. Se obstinó, fue a buscar la llave de emergencia. Al abrir la puerta y ver las sabanas por todos lados, al ver la ropa en diferentes puntos del cuarto y luego, al verlos arropados, abrazándose, obviamente desnudos, decidió salir de la habitación. El dueño de la fiesta sabía que era un momento mágico, y que los momentos mágicos no deben nunca alterarse. Ya limpiaría con cloro su cuarto después.
El semestre terminó. El país se hundió de golpe, aún más, y golpeó a todo el mundo. Los tres ni sabían si les gustaba su carrera, y entraron en crisis. El mundo se les vino encima.
Sara fue la primera en irse: tenía familiares en Italia. No volvieron a hacer el amor los tres, pero si quedaron fotografías. Sara las guardó, como un tesoro, en el álbum secreto de su IPhone, se despidió de Valeria con un acalorado beso y a Daniel, unos días después, le dejó una carta de despedida.
Valeria y Daniel, los de siempre, los hambrientos, se siguieron viendo fuera de la uni un tiempo, hasta que ella se fue a Uruguay. Los tres dejaron sus estudios, los tres siguieron su camino.
Hoy, Daniel trabaja en un car wash, en Estados Unidos. Mientras revisa su Instagram, acostado en su cama luego de un fuerte día de trabajo, ve un mensaje privado: es de Sara. Al abrirlo ve fotos de ambas, desnudas, aunque algunas con ropa, pero no las reconoce. Se da cuenta de que las fotos son nuevas, que las dos están en Italia y que son pareja.
Lo marginal es mágico, se dice Daniel. Lo que es simple y funciona debe disfrutarse, se dice también. Se siente triste y solito, hasta que le llega un nuevo mensaje, ahora de Valeria: más fotos de ambas, acostadas en una amplia cama matrimonial. Se le ilumina la cara y empieza a sonreír al ver el último mensaje, que dice:
“¿Quieres venir hasta acá a acompañarnos? Te pagamos el pasaje y te ayudamos con tus papeles”
Excelente relato! felicitaciones.
¡Muchísimas gracias, agradecido también con usted por haberse tomado el tiempo de leerlo!