-El hombre y su Naturaleza de dañar la misma-

Desde que tenemos uso de conciencia, desde que por primera entramos en contacto con la realidad, nos damos cuentas de las cosas maravillosas que nos rodean, del azul del cielo con sus degradados perfectos, la textura de esa hoja de árbol, el colorido de las flores más hermosas que encontramos en nuestro jardín.

Nacemos siendo auténticos.

Sin necesidad de nadas más, solo de todo aquello hermoso que nos rodea, las pequeñas cosas que hacen diferencias, esos recuerdos de la niñez jugando en aquel parque lleno de grama y árboles frondosos… Pero llega lo inevitable… conforme pasa el tiempo la sociedad nos envía un choque a nuestro ecosistema personal, nos da a entender que el dispositivo móvil es aún más entretenido, que desplazarse en móvil es mucho mejor que una bicicleta, que la industria nos produce facilidades que el trabajo de campo no las tiene.

Nos envolvemos en la facilidad, gastamos nuestros recursos naturales creando artefactos para un consentimiento sin sentido. Cada vez queremos más, olvidamos todo lo especial de nuestro alrededor, nuestra mente fugaz nos crea una estado adormecedor y nos hace cambiar de paradigmas, caemos una y otra vez en lo básico, en lo material.

Destruimos todo a nuestro paso solo para sentirnos satisfechos, pensando que tenemos planeta para muchos años, sin pensar en el futuro de los nuestros, somos naturalmente egoístas, naturalmente egocentristas, naturalmente un caos como individuos.

Y no es hasta que sea demasiado tarde cuando nos daremos cuenta de lo naturalmente precioso que hemos perdido. Cuando ya no quede nada más que escombros, donde un día fue un Amazonas, donde crucemos un charco, donde un día fue un Salto Ángel, donde solo sea polvo y arena las más grandes pirámides de Giza, ese día recordaremos con añoranza y nos arrepentiremos sin consuelo de todo aquello perdido.