El toro
El maestro estuvo hablando de cosas que yo no entiendo: no por sus palabras, sino que lo explicó todo con su boca y con ese supuesto viento de sonido que llaman voz. Por razones que desconozco, aunque supongo que tienen algo que ver con eso que llaman política, la maestra que me servía de intérprete ya casi no se presentaba a la escuela.
Estuve forzado al encuentro directo con las pinturas de Picasso. Los otros estudiantes veían más con sus oídos: a través de las explicaciones estéticas que ofrecían los guías. Me sabía en minoría y me constaba que a veces me excluían sin intención negativa alguna. Ya estaba acostumbrado. Sabía que la mayoría de las personas usaban sus orejas como conos para encausar a ese viento acústico. No me daba rabia saberme sordo, pues descubrí temprano que la mayoría de ustedes están privados de la particular relación que tengo con las vibraciones. Digamos que estamos a la par, aunque no lo entiendan.
Durante la hora de recreo, que resultó no serla, nos ordenaron a escribir una reseña sobre la pintura del toro. Deben pensar que reducirla a "la pintura del toro”, es un insulto a Picasso, pero difiero. Vi otras pinturas de Picasso con toros, pero soy de la opinión que él tuvo toda la intención de que esa particularmente fuera identificada con el toro. Era su manera de homenajear a los toros.
A esos seres les hemos raptado a su vasta cantidad de compañeras para saciar nuestros paladares, vestir de cuero, tocar los cueros y bailar al ritmo de aquellos que los tocan. Yo soy rumbero y lo mío es tocar el cuero. Encima los retamos, a sabiendas que tienen todas las de perder. Olé!
Es como si nos costase el deslinde absoluto con esa animalidad latente en perpetuidad. “La cabra siempre tira pa’l monte”, decía mi tatarabuela. "Yo no sé pa’ dónde tiramos los seremos humanos, pero más allá de las divisiones que nos carcomen, todos estamos tirando pa’l mismo lao’… y esto puede causar desasosiego", le diría a mi tatarabuela si aún viviera.
En un lapso de tiempo que me dio con prestarle atención a los labios del maestro, le leí que en algún punto de la historia las corridas de toro serían cosas del pasado. Pero yo sabía que las cosas no desaparecen así nomás. En una pasada exhibición mi maestra tuvo la iniciativa de explicarme cómo las cerámicas de las épocas Yangshao y Mayajiao en China habían heredado las formas realistas de animales y las habían convertido en patrones abstractos. Comparando cerámicas de distintas épocas era posible ver la sedimentación que iba de lo realista a lo abstracto. A eso que se iba sedimentado de época en época un académico famoso chino le llamaba la forma significativa.
Picasso estaba muy consciente de esto. Las corridas no desaparecerían. Picasso iba desdibujando los contornos realistas de los toros, y eso no los hacía menos toros. Sabía que en algún momento quedarían reducidos a patrones geométricos, y nosotros, aún con telón rojo en mano, iríamos invitando a líneas y cuadros a duelos mortales.
James R. Cantre
Shanghái, China.
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