Cada vez que recuerdo ese día, un frío misterioso recorre mi cuerpo y corta mi respiración. Cuando sonó el teléfono, yo estaba a punto de meterme a la cama. Cuando mi padre respondió, supe por la voz grave y taciturna, que algo grave ocurría.
Mi mamá hacía una semana que no estaba en casa. Había tenido que viajar 120 kilómetros para atender a mi abuelo que estaba enfermo y como ya estaba mejor, la esperábamos en casa al día siguiente.
La llamada era de mi abuelo. Mi mamá se había caído y se había fracturado la pierna. Mi papá decidió que iríamos inmediatamente para allá. Yo irá con él, ya que no pensaba dejarme solo en casa y mañana faltaría al colegio. Pero era una emergencia y estaría más justificada mi ausencia.
Después de todo, 120 kilómetros no son tantos y en dos horas, a más tardar, estaríamos por allá.
Metimos algunas cosas en el bolso y luego de parar en una estación de servicio para echar gasolina continuamos nuestro camino. Tomamos la autopista. Era tarde y había muy poco tráfico. Luego salimos y tomamos una carretera rodeada de campos. Casi se podía ver todo ya que la Luna iluminaba con un reflejo brillante a los grupos de árboles y animales
Luego de un largo trecho tomamos un camino de tierra. No serían más de cuatro kilómetros, pero debíamos pasar rápidamente el camino bordeado de árboles de tilo. La neblina comenzó a descender rápidamente y envolvió el auto.
Mientras avanzábamos, vimos claramente que una mujer con dos niños de la mano estaban parados en medio del camino. Mi padre continuó sin bajar la velocidad.
-¡Papá, los vas a atropellar! - grité.
Mi padre aminoró la marcha sin detenerse e inmediatamente vimos con estupor que la mujer y los niños se encontraban en el asiento trasero sin decir palabra.
Mi papá estaba blanco como un papel y yo me había quedado sin habla.
¿Cómo se habían subido al auto?¿ Quiénes eran estas personas?
Mi papá tomó con fuerza el volante, pero temblaba. Cuando avanzamos dos kilómetros, la mujer dijo:
-Aquí nos bajamos. Pare, por favor.
Mi padre detuvo el auto. Ellos abrieron la puerta, dieron la gracias y desaparecieron.
Cuando llegamos a casa de mi abuelo, el adivinó por nuestras caras de espanto lo que había ocurrido. Evidentemente ya lo había experimentado. Nos ofreció un vaso de agua fresca.
A pesar de ver a mi mamá con su yeso a cuestas, pero bien, ni mi papá ni yo pudimos dormir esa noche.
Cuando al día siguiente regresamos a casa, vimos tres cruces al borde del camino, en el mismo lugar donde la mujer y sus niños se habían bajado del auto.
Fin...
Ineteresante historia ¿no creen?... pues me gustaría dar honor al autor, sin embargo no he logrado conseguirlo
No coloco el link de una pagina pues el cuento lo saque de un libro que tengo y quise compartirlo con ustedes
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