En algún lugar de la realidad…y el tiempo…
Las alarmas y el ruido de lo que quedaba del SDO-Singularität rompieron, una vez más, el silencio y la imperturbabilidad del espacio al salir del hiperespacio. Sus restos se seguían extendiendo a través de la Realidad conocida mientras huía con sus tripulantes y su valioso tesoro.
En la Sala de Guerra la voz de la nave realizaba los informes rutinarios sobre lo que ocurría afuera mientras ellos, Los Cinco que aún conservaban su misión original, seguían debatiendo qué hacer ahora que estaban atrapados mientras los droides iban y venían intentando reparar la nave y los aparatos seguían chillando descontrolados.
– ¡¿Qué haremos ahora, Wotan?! ¡La nave está destrozada!
– ¡No lo sé! ¡Te juro que no lo sé! ¡Ya nos quedamos sin ideas, sin respuestas! ¡SIN NADA!
– Llevamos escapando durante…que idiota, ni siquiera sabemos cuándo estamos.
– ¡Pensé que sabías lo que hacías cuando escapamos! ¡Ellos! ¡Ellos tenían que haberte dicho! ¡¿O FUE UNA TRAMPA?! ¡¿NOS TRAJISTE HASTA AQUÍ PARA MORIR?!
– ¡SABES MUY BIEN QUE NO, VISNÚ!
– ¡ENTONCES QUÉ SE SUPONE QUE HACEMOS AQUÍ! ¡¿QUÉ SE SUPONE QUE DEBEMOS HACER AHORA?!
– Sus peleas no van a resolver nada, se los aseguro y ella…ella tampoco. Ya no escucho su voz…quizás haya muerto o ya estamos demasiado lejos de su alcance… Por lo que sé, este podría ser el fin y podrían apoderarse de ella…Nuestra única esperanza yace en que alguna sonda regrese con información útil.
Parecieron considerar la esperanza de las sondas lanzadas hace tantos siglos pero la voz de la nave los interrumpió mientras el Singularität seguía saltando a través del hiperespacio:
– Señor, hemos detectado un objeto masivo saliendo del hiperespacio, es el Todesengel.
Las alarmas cesaron. Todos corrieron hacia el puente donde los droides seguían conectados a la computadora matriz de la nave. Entonces observaron el impecable e imponente superdestructor que llegaba para aniquilarlos.
– ¿En dónde estamos? ¿Qué tenemos cerca? –Preguntó Wotan.
– La Galaxia de Apohis, señor.
– ¿Hay algún agujero negro? ¿Alguna estrella?
– Una enana blanca agonizante, señor. Tiene fuerza suficiente para fundir todo en la nave.
– ¿Qué intentas hacer, Wotan? – Preguntó Visnú.
–Destruirnos. Si ya llegamos hasta aquí sin respuestas ya no tenemos nada que perder, pero no pretendo marchar hacia la oscuridad solo, si somos destruidos y ella con nosotros, ellos también. Todo acabará en un segundo. ¿Nadie se opone?
Se vieron entre sí y negaron levemente con la cabeza.
– Bien, –dijo Wotan– Singularität, dirígenos a la estrella. Nosotros vamos a sacar la computadora de la bóveda.
Marcharon hacia la bóveda central de la nave y, una vez en la puerta, todos pusieron sus artificiales manos sobre los lectores de reconocimiento. Era curioso ver una mano azulada y fuerte, junto a una con dedos faltantes, otra más humana y regordeta. Cinco pares de manos para poder sacar el máximo tesoro de su acorazada protección, para traerla de nuevo a la realidad conocida y asegurarse de morir junto a ella, su único motivo de ser. La misión falló.
Podían escuchar el impacto de los láseres sobre el ya deteriorado casco de la nave. Corrieron con su tesoro hacia el puente donde pudieron ver a la gastada Todesengel en su paso inexorable, a toda velocidad, sobre ellos.
– Singularität, ¿tenemos algo con qué disparar aún?
– Aún quedan algunas cargas, señor. ¿Qué tiene en mente?
– Distráelos con lo que puedas mientras los dirigimos hacia la estrella.
– A la orden.
La nave seguía su curso hacia la cada vez más cerca y mortal estrella, desvaneciéndose sobre sí misma.
Solo podían contemplar la belleza y profundidad del espacio, de la realidad agonizante, cayendo sobre sí misma como debía ser. El Fin había llegado de todos modos sin nada ni nadie que pudiera impedirlo. Así pensaban sus perseguidores y así pensó Wotan, junto con Visnú, Buda, Izanagi y lo que quedaba del pobre Thot. Sus ojos de silicio refulgían al percibir la inmensa belleza que había en la destrucción final. Se pensaron muertos, se pensaron sin salida, quizás empezaban a sentir paz cuando su respuesta llegó en la voz de la nave.
– Señor, una de las sondas acaba de salir del hiperespacio.
Quitaron la vista de la estrella y se vieron entre sí mientras la nave seguía hablando.
– Según la información que transmite logró encontrar el Origen, la fecha exacta y las coordenadas. Los resultados son concluyentes: la computadora registra una gran cantidad de energía y conexión con la red además de detectar un rastro de vida orgánica.
– ¡¿Dónde?!
– Bueno…es complicado, mis registros indican que en ese cuadrante no existe nada, pero la sonda indica que hasta hace algunos miles de años existió una galaxia: la Galaxia número 00001, de ahí es de donde viene, en ese preciso lugar, en ese preciso momento.
-La Vía Láctea…dijo Visnú.
Entonces Wotan se levantó eufórico y se acercó al panel principal del puente de mando, en él hizo aparecer el mapa holográfico de la realidad en donde la nave señalaba el punto que indicaba la sonda.
– ¡Singularität! ¡Corrige el curso de la nave! ¡Llévanos hacia allá! ¡Ese ha sido nuestro destino desde hace millones de años!
– Señor, ¿qué hacemos con el Todesengel? –Preguntó la nave.
– Ya ellos no importan, si logramos encontrar el Origen y regresamos ahí la computadora tomará el control de nuevo y será indestructible. Dirige el curso hacia la Vía Láctea en la fecha que indica la sonda, nos vamos a casa.
Así habló san Evaristo:
En aquel tiempo, al Principio, no había nada, ni siquiera Oscuridad.
Entonces, de repente, se hizo la Luz
y con la Luz llegó también la Oscuridad,
de aquella manera tan repentina comenzó Todo
y de la misma manera volverá, en algún momento, a haber Nada.
Y así se formó el Universo, y la eterna lucha.
Disputaron durante eones. Mundos surgieron y cayeron.
Luz y Oscuridad, cada una elegiría a sus mejores guerreros.
Pero entonces la Luz dio origen a su hijo,
aquel que la empleó para organizar el Todo.
Y fueron muchas las pérdidas, pero al fin hubo orden
y el caos de la Oscuridad fue exiliado por el hijo.
Aquel hijo único, el hijo Supremo se convirtió en Padre
y tuvo, a su vez, descendencia en cada uno de los mundos
que habían sido creados a partir de la Luz.
Doce hijos tuvo el Supremo, a imagen y semejanza los creó
y todos tuvieron conciencia.
Entonces dividió el Supremo sus mundos entre sus hijos,
todos particulares e igual de hermosos.
Sus hijos, nuestros dioses, custodian la Creación
y él los vigila desde su omnisciente existencia desde la luz.
Entonces, el Supremo creó un último gran mundo,
su obra predilecta, aquella que causó gran discordia entre sus hijos,
ellos se debatían para reinar, guardar y guiar ese gran mundo.
Había forjado el Supremo un artefacto, en él depositó Todo.
Depositó la esencia de la creación, depositó el conocimiento,
la naturaleza de la vida y la conciencia.
Todo cuanto necesitarían los hombres mortales para vivir.
Creó el Supremo el Libro de la Luz y lo enterró en lo profundo de Midgard.
Pero este mundo no debía tener soberano
pues lo que yacía en él no debía ser domesticable.
Debían reinar en él las dos esencias de la creación, Luz y Oscuridad.
Ellos, en su naturaleza, fueron creados para custodiar la Creación.
Así que los Doce hijos, obedeciendo a su Padre,
se repartieron la Tierra entre ellos
y cada uno educó y guió a un grupo de hombres
con ayuda de sus propios Libros de Poder
creados por ellos a imagen y semejanza del Libro de la Luz.
Los vivos lo cuidan.