Digámoslo desde ya: el chantaje emocional es una forma de control y, por lo tanto, un claro mecanismo de manipulación. Con el chantaje se logra que un individuo en particular -la cercanía entre el que chantajea y el que es objeto del chantaje es fundamental- cambie su actitud, su comportamiento y sus acciones para acomodarse a nuestros intereses.
El propósito es generar sentimientos de culpa en el otro por hacer cosas que alejan su atención de nosotros, o que lo mantienen ocupados por largos períodos de tiempo.
Es, por lo general, propiciado por la sensación de alejamiento y distancia que percibe quien chantajea, quien recurre a la estrategia de manipulación para reinstaurar una cercanía, a expensas de los riesgos o descuidos que el prójimo pueda causar a sus proyectos particulares.
Lo que se desea es amor, aprecio, aprobación; sentimientos relacionados con el autoestima y la identidad. Al no recibirlos, se hostiga al otro en su búsqueda.
Este tipo de actitudes no se circunscriben al ámbito de los adultos. Los niños y los adolescentes pueden llegar a conformar amistades basadas en este proceso de chantaje y sumisión que se pueden extender y hasta perpetuar por largos períodos de tiempo.
¿En el fondo la persona que chantajea acaso no es una persona con baja autoestima?