son capaces de elaborar las fantasías más increíbles, convirtiendo sus sueños en realidad.
Él, atado con las manos a la espalda, disfrutaba el espectáculo. Su cara perversa mirándolo a los ojos, sus labios carnosos, perfectos, entreabiertos mostrando su deseo, sus ganas de obtener placer. Sus pechos, asomándose atrevidos por aquel escote, descarado, sugerente. Su falda corta, dejando adivinar la calidez de su entrepierna. Sus muslos, redondeados, carnosos, queriendo escaparse de aquel liguero que sujetaba esas medias, que parecían hablarle, susurrarle las ideas más perversas.
Ella, entre tanto, disfrutaba la enorme erección que asomaba a través del bulto de sus vaqueros. Adrede, se contoneaba de un lado a otro, solo por el placer de excitarlo, de provocarlo aún más.
—¡Has sido un chico malo! —exclamó, mientras golpeaba sus muslos con fuerza, una, dos, tres veces.
La sensación de sentir sus muslos ardiendo, lo excitó.
—Tendré que castigarte —le susurró al oído, dejando escapar toda la sensualidad escondida en su voz.
Sintiendo aquella respiración tan cerca del cuello, se descubrió erizado de la cabeza a los pies.
Otro azote, ahora en el pecho, le provocó un leve espasmo en el miembro a punto de estallar.
Ella caminaba alrededor de la silla, observándole con detenimiento. Le gustaba mirarlo; ver cómo intentaba no jadear o gemir, cómo iba separando sus piernas un poco más, tratando de que los vaqueros no le estrangulasen el bulto que cada vez se hacía más notorio. Se fijó en sus ojos entreabiertos, brillantes de emoción; lo que vió en aquellos hermosos ojos verdes, la excitó. Sentirse así de deseada y mojada, le producía un placer delicioso. Era un chico tan atractivo.
—Suéltame... alguien puede venir y si nos pillan… —suplicó, aunque en su voz se reflejaba el poco convencimiento, pues en el fondo estaba disfrutando de aquel momento tan anhelado.
—¡Silencio! —le espetó cogiéndole por la barbilla y mordiéndole el labio inferior—. No te he dicho que puedas abrir esa boquita.
—Como me excita esta bruja —pensó al sentir otro espasmo,mientras disfrutaba del leve dolor en el labio inferior.
Ella sabía bien lo quehacía. Había escogido la mejor hora, esa en la que no hay un alma en toda la universidad y menos en la sala de profesores.
Tirando todo de un solo movimiento, despejó la mesa de reuniones. Se apoyó boca abajo frente a él, adosando su torso en aquella mesa. Verla apoyada sobre el tablón, mostrándole aquellas nalgas deliciosas,le detuvo por un instante la respiración.
—¡Que rico sería lamerla, hundirme en ella!... Así contra la mesa… entrar hasta el fondo… duro —pensaba, mientras las ganas de masturbarse viendo el espectáculo iban en aumento.
Ella era consciente de lo que le estaba haciendo a su mente y lo disfrutaba. Se giró con lentitud para que él la mirase con detalle.
—Ven aquí —le señaló una silla frente a la mesa. sin oponerse, se levantó de un tirón y caminó despacio hasta la silla, dejándose caer con las piernas bien separadas. El ansia de tocarse y apretarse le quemaba, pero procuró no volver a suplicar.
—Muy bien, así me gusta, que seas un chico bueno —dijo, satisfecha. Entretanto, él no era capaz de dejar de mirarla. Ávida por torturar su mente, fue subiendo su falda con movimientos lentos y sensuales. Dejó al descubierto aquellas diminutas bragas de encaje y casi suelta una carcajada al verle tensarse de deseo y expectación.
—Qué ganas de probar aquellos labios, de saborear aquella humedad que iba aflorando de a poco, haciéndola más apetecible —pensaba, exhalando despacio al ver como se bajaba las braguitas.
Adivinando sus pensamientos, se terminó de quitar las bragas y las balanceó frente a sus narices, dejando que algo de su humedad le rozara los labios.
Se relamió por instinto. Quería disfrutar aquel sabor, aunque fuera solo un poco.
—Vamos a ver qué tal se porta esa lengua deliciosa aquí —Al ver dónde se señalaba, sintió que la sangre terminaba de abandonar su cabeza y descendía de forma vertiginosa, acumulándose entre sus piernas. Aquel clítoris que asomaba apetecible entre aquellos labios libres de cualquier obstáculo, le incitaba a devorarlo.
Ella vio el brillo de deseo en su mirada y con presteza se subió a la mesa. Abrió con mucha lentitud las piernas, o eso le parecía a él. En su mente todo ocurría a cámara lenta y eso comenzaba a desesperarle. La quería, la necesitaba y ella no se dejaba. Cerró los ojos un instante, necesitaba aclarar su mente. Quiso pasarse las manos por la cara, descender y apretarse un instante el miembro que comenzaba a punzarle, pero sintió el tirón de sus muñecas atadas.
Abrió los ojos despacio. Ella lo miraba con diversión y, sí, también con deseo. Fue descendiendo desde sus ojos hasta su sexo, distrayéndose con el suave movimiento de sus piernas. Ante él se asomó lo que tanto deseaba. Como si tuviera vida propia, su miembro palpitaba de forma dolorosa, hinchándose de forma imposible, cada vez que ella se acercaba.
—Un poco más, un poco más cerca y la tendré para mí —iba pensando, mientras arrastraba la silla con cuidado, intentando no hacer ruido; no quería que nadie interrumpiese aquel instante.
El filo de los tacones le rozó los hombros, dejándole sendas marcas.
—¡Sí!—exclamó hacia sus adentros, cuando vio que ella dejaba su clítoris y toda su humedad a su merced.
Sin pensarlo dos veces se inclinó para saborearla, dejando su espalda al descubierto.
Degustar aquel sabor le provocaba un extraño deleite, pero sentir como ella le azotaba la espalda una y otra vez siguiendo el ritmo de su lengua, le despertó un intenso frenesí.
—Así…así —gemía flojito, azotándole con la regla en la espalda.
Cada lamida, cada succión se transformaba en un azote de la misma intensidad. Cada aumento de ritmo, aceleraba otro azote, otro y otro más.
Pensó que estallaría, cuando la sintió explotar en aquel orgasmo tan delicioso.
—Eres un buen chico, pero es que te has portado demasiado mal —murmuró, con la respiración entrecortada y algo jadeante; su voz dejaba adivinar sin dificultad sus intenciones.
—¡Pónte de pie! —ordenó, , tirándole del cabello.
Sin oponer resistencia, obedeció,sumiso; le subyugaba y excitaba que fuese tan dominante.
Ella se acercó a él, recorriendo con el índice el bulto entre sus piernas. Sin perder tiempo le bajó la cremallera liberándole en toda su extensión. Aquel miembro ofrecía una vista imponente. Grueso, palpitante y húmedo, desbordaba más que virilidad, desbordaba lujuria y deseo.
—¿a qué esperas? —preguntó, colocándose con las piernas separadas, apoyándose en el borde de la mesa.
Presa de un deseo visceral, la penetró. Hizo un esfuerzo sobre humano para no derramarse justo al entrar. El roce que sentía al avanzar apretado por aquellos músculos, lo estimulaba demasiado.
—Así…así…más… más ¡duro! —exigía ella adelantando sus caderas para ir a su encuentro, anhelando sentirle un poco más.
Sudoroso y jadeante, adelantaba sus caderas, una y otra vez. Se sentía desesperado, quería aferrarse a ella y no podía. Con cada movimiento de sus caderas, forzaba sus brazos intentando liberar sus muñecas.
—suéltame, por favor —suplicó,hundiéndose en ella.
—no —susurró, rodeándole la cintura con las piernas para que pudiera llegar más profundo.
Sentía el corazón a punto de explotar. No podía más, tenía que aferrarse a ella o se volvería loco. Desbordado por la pasión, desgarró las tiras de sus amarres y se abalanzó contra ella con fuerza aferrándose a sus hombros primero, luego a sus caderas, embistiendo con intensidad una y otra vez, arrancándole gemidos y gritos de placer. El sabor de sus pechos, la textura de sus pezones en su lengua, sentir sus uñas arañándole la piel, clavándose dolorosamente en su espalda, lo llevaron al clímax. Derramarse en su interior al tiempo que ella explotaba de nuevo, lo elevó a la cumbre del éxtasis.
—Buen chico —susurró, satisfecha.
Era tan hermosa, tan impresionante incluso así, arrebolada, laxa sobre la mesa. En un arrebato de ternura le besó y su boca le supo a pura ambrosía.
—¿Me pondrás toda la calificación? —preguntó, travieso; y sin esperar su respuesta, comenzó a jugar con su clítoris entre dos dedos.
—No lo sé, te lo diré durante el próximo examen —contestó reprimiendo un gemido, mientras le cogía dirigiéndole la mano hasta que sus dedos se deslizaron en su interior.
De pie entre sus piernas sentía como su excitación volvía a arderle en las entrañas.
Un dolor punzante entre las piernas le hizo dar un respingo.
Aturdido y desconcertado, comenzó a parpadear con fuerza; miró a su alrededor, el salón se había vaciado.
Junto al escritorio pegado del pizarrón, ella iba recogiendo libros y hojas, metiéndolas con cuidado en su portafolio.
El dolor era sordo, palpitante y acuciante. Se llevó con discreción la mano y apretó un poco, buscando alivio para no perder allí el control.
—Usa la carpeta para cubrirte y sal de allí pitando al baño, antes de que se dé la vuelta y te mire —pensó, poniéndose en pie, colgándose al hombro la mochila.
—¿Esteban? ¿Estás bien? —su voz grave y aterciopelada se aproximaba con rapidez.
Se giró, pero ella fue mucho más rápida y notó lo que ocurría antes de que él pudiese reaccionar.
Se mordió los labios, avergonzado. Se sentía dolorido, solo quería liberarse de una vez. Llevó una de sus manos intentando taparse y se sonrojó al observar cómo lo miraba ella.
—Creo —dijo con la voz más ronca y sedosa— que necesitarás algunas tutorías extras en esta asignatura. Por el momento, resolvamos el problema pendiente que tienes ahora entre las manos, luego hablaremos del horario de las tutorías —y con delicadeza posó su mano entrelazando sus dedos con los de él y sonrió.
Al ver aquella sonrisa, no pudo evitar que su imaginación volviese a activarse y se preguntó si sería tan excitante verla usar un látigo en lugar de la regla.
¡Gracias por visitar mi blog!
Espero que hayas disfrutado esta nueva entrega y que vuelvas pronto.
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¡Hasta la próxima!
excelente hale
Gracias. Y gracias por leer y comentar. Un beso.