EL ARDID. CAP VI (Novela Corta)

in #spanish6 years ago (edited)

Apocalipsis mística sol luna y tormenta



CAPÍTULO VI


Interior de iglesia antigua iluminado por rayos de sol que entran a través de una ventana colorida


Baltazar llegó más rápido de lo que esperaba a la iglesia. Entró y dio un vistazo preliminar. Faltaba por restaurar un tercio de la nave, la torre del campanario y la cúpula.

—En dos semanas terminaremos la nave —pensó, haciendo un cálculo rápido—; seguiremos con la cúpula y al final la torre.

—Qué milagro verlo por aquí. —aquella voz suave y dulce le despertó las alarmas.

—Hostia puta —pensó Baltazar—. Esa maldita Tanya me despistó tanto que no me percaté de la hora.

Se sentía furioso. Había perdido el sentido del tiempo por la irritación que le produjo el encuentro con Tanya y no calculó bien la hora. Tampoco cargaba las gafas, así que estaba frente al momento que tanto había estado evitando.

—¿Qué rayos hago? —Pensó, mientras aún le daba la espalda.

—¿Está usted bien? —mariagracia se acercó despacio, le preocupaba notar aquella tensión repentina.

—Sí, todo en orden.

—¿Está usted seguro? ¿Anda algo mal con la iglesia? —la cercanía de Mariagracia lo estaba poniendo ansioso.

—No, señorita, todo está en perfecto orden —mariagracia le observaba examinando algunos planos que ella misma le había hecho llegar con Tomás.

Afanado por disimular su ansiedad, Baltazar no sintió los pasos de la chica acercándose a él hasta tenerlo de frente. Sus sentidos se activaron cuando pudo percibir, demasiado cerca, un dulce aroma a flores frescas y un repiqueteo continuo y algo acelerado.

—Está demasiado cerca —pensó. La ansiedad lo iba consumiendo con avidez.

Mariagracia se acercó más. La brisa suave que entraba por uno de los ventanales, le permitió percibir mejor su aroma. Un recuerdo vago de alguien a quien había amado con toda el alma un par de siglos atrás, se hizo presente. Recordó sus emociones humanas como quien mira una fotografía ajena. Era extraño sentir aquella leve melancolía. No se arrepentía de su decisión, pero no podía negar que, en ocasiones, echaba de menos poder sentir como antes lo hacía.

Mariagracia lo observaba con curiosidad y con algo de incredulidad también. Era inevitable que sus ojos se encontraran; ya no había nada que hacer.

Alzó la mirada del plano y se quedó paralizado un instante. Ella lo miraba sin parpadear. Se sintió incómodo y bajó la mirada. Había superado la prueba. Pero no sabía aún si para bien o para mal. Estaba demasiado quieta, como si hubiera quedado suspendida en el tiempo y el espacio por algo que no lograba descifrar.

—Nunca había visto unos ojos tan verdes —murmuró con inocencia.

Baltazar alzó la mirada una vez más. Se encontraba confundido. Hurgó por instinto en sus pensamientos en busca de un ardid. No vio nada más allá que inocencia, pureza, bondad. Le sorprendía que no la mirase con lujuria. Que no mostrara el mínimo interés. La sintió triste por su propia tristeza. Esa melancolía que había aflorado en un instante al recordar a su dulce Alai.


hermosa mujer celta


Mariagracia no solo veía el alma; se conectaba con extraordinaria empatía con las emociones de otros humanos. Ahora, conectada con los restos de sus emociones humanas, de sus recuerdos, ella experimentaba su tristeza y no solo eso, se compadecía de él. Ese descubrimiento lo sorprendió. Nadie jamás en toda su existencia se había compadecido de él. Empezaba nuevamente la lucha en su interior. Su alma y sus emociones afloraban y lo debilitaban. Sintió que las piernas le fallaban de repente.

—Será mejor que se tome un receso —sugirió Mariagracia, notando su palidez.

Baltazar asintió con la cabeza; haciendo un esfuerzo por guardar la compostura, caminó unos pasos hacia uno de los bancos y se dejó caer. Quiso decirle algo, pero ella ya había desaparecido; y cuando volvió a mirarla, venía con una taza humeante entre las manos.

—Es chocolate caliente. Da energías y alivia también las penas —Baltazar cogió la taza que le extendía evitando cualquier contacto físico con ella. Aquella sonrisa le hizo parpadear varias veces.

—Gracias —fue lo único que dijo, antes de acercarse la taza a los labios.

Mariagracia hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza , mientras le observaba con atención. Sin poder evitarlo, Baltazar alzó la mirada. La luz, ahora más intensa, le iluminaba el rostro.

—en realidad era hermosa —pensó Baltazar.

Al verla con aquel aspecto y sentir su calidez, comprendió que el maligno no le había dicho todo en realidad. Ella no podía ser un simple mortal aunque en apariencia lo pareciera. Por muy especial que fuera —y había humanos que lo eran en verdad—, ella poseía un don muy poco común y demasiado poderoso.

Bebió el chocolate mientras ella seguía observándolo con atención.

—¿Puedo saber porqué me mira usted de esa manera? —él sabía en realidad la respuesta, pero quería medir qué tan honesta era ella.

—Disculpe si lo ofendí —dijo bajando la mirada un instante—. Lo que sucede —inspiró profundo para animarse a continuar—; es que es la primera vez, como ya le dije, que veo unos ojos tan verdes y tan bonitos —Mariagracia tragó grueso y alzó la mirada para encontrarse con sus ojos—. Perdone mi atrevimiento, pero es que tiene usted unos ojos demasiado tristes… por otro lado, me sorprende que no me mire usted como todos los demás.

—¿Todos los demás?

—Sí —respondió exalando un suspiro—, todos los hombres de por aquí me miran con cara de demonios pecaminosos.

Baltazar la observó haciéndose la señal de la cruz.

—Mirar no tiene nada de malo —comentó él—. Eso no es pecado.

—Mirar como usted lo hace, no—replicó—.; pero si usted supiera como ellos me miran ¡no pensaría igual! —exclamó ella, enrojeciendo de la vergüenza.

Mirando en sus pensamientos vio a qué se refería. Él no estaba expuesto de la misma manera a sus instintos carnales como otros hombres. Ella para él era una misión, no una golosina ni un entretenimiento como podría serlo cualquier otra chica.

Aunque no se lo dijo, Baltazar entendía a los hombres. Ella era una diosa; era tan hermosa; casi rayando en la perfección. Era sensual, sobre todo porque permanecía ajena a ello. Eso la convertía en una mujer mucho más apetecible; era una tentación demasiado difícil de resistir.

—Creo que te entiendo —dijo comprensivo—. Ha de ser muy difícil lidiar con la lujuria de los hombres, mucho más si deseas ser monja.

—¿Cómo sabe usted que yo quiero ser monja? —le vio abrir los ojos presa de la sorpresa y maldijo por lo bajo su estupidez.

—¡Mierda! —pensó Baltazar. No puede ser que ese pequeño error me lo tire todo abajo.

—¿Y bien?

—Bueno —carraspeó con suavidad para aclararse la voz—, es fácil deducirlo por la forma en que te vistes y porque vives metida en la iglesia.

—Pero no me sirve de nada —Baltazar advirtió el tono de tristeza—. El padre Nicolás no me apoya para entrar en el convento.

—Quizá es que no cree que tu destino es servirle… —Dijo, señalando al Cristo en la cruz.

—Eso mismo dice el padre.

—¿lo ves? quizá tu destino sea casarte, tener hijos y una familia, o cualquier otra cosa y no ser monja.

Baltazar percibía la tristeza de Mariagracia, pero intentaba no conectarse con aquella emoción. Quería mantener la cabeza fría en todo momento.

—¡Qué maravilla! —exclamó jubiloso, el padre Nicolás—. Hasta que alguien diferente a mí le dice unas cuantas verdades a esta niña tan tozuda.

—Padre, por favor —replicó Mariagracia.

—Padre nada, María. Estás empecinada en eso porque tu madre lo quería. Pero no porque tú lo desees en verdad —declaró el padre, mirándola con dureza.

—Pero padre…

—Ya te dije lo que te tenía que decir. Mira, Mariagracia; tú lo que tienes que hacer es vivir; salir con tus amigas, divertirte y llevar una vida más normal. Salir con chavales; Eso es lo que tienes que hacer —Baltazar sintió la mirada del sacerdote clavada en él.

—Padre, pero usted sabe que Nuria últimamente anda muy desatada y Joaquina le va siguiendo los pasos —replicó Mariagracia, mirando ella también a Baltazar con las mejillas encendidas.

—Bueno, bueno... Pero tú no tienes que hacer lo que ella haga —indicó el hombre—; puedes salir y pasar un rato con ellas y sus amigos en sana paz.

El padre buscaba alguna forma de involucrarlo, Baltazar se daba cuenta de ello con toda claridad.

—Quizá Baltazar pudiera llevarte a algún lado, ¿no es cierto? —sugirió el sacerdote sin dar tregua a que ninguno de los dos pudiese replicar.

Baltazar, viéndose comprometido hasta el cuello sin alternativa para poder escaquearse, mantuvo la compostura.

—Bueno, si a Mariagracia le apetece, no hay problema.

—¿Viste, hijita mía? No me saldrás ahora con que salir con este señor tan serio es un pecado, ¿verdad? —Baltazar observaba aquellos ojillos suspicaces, brillando con intensidad.

Baltazar, demasiado intrigado por aquella estratagema del sacerdote, decidió revisar su mente, mientras el sacerdote se distraía con la biblia.


Sacerdote leyendo la biblia en la iglesia


—¿Qué coño se traería entre manos? —pensaba, mientras hurgaba en su siquis de forma concianzuda.

El padre Nicolás Tenía sus dudas sobre él. No le daba buena espina que estuviera evitando tanto verse con mariagracia. No obstante, al ser testigo de parte de ese encuentro y, notando que ella había reaccionado tan bien, sus dudas se disiparon.

Aquel sacerdote de verdad pensaba que Baltazar era la salida perfecta para que Mariagracia desistiera de ser monja. Estaría vigilante, pero haría lo posible porque aquella chica cambiase su estilo de vida.

Baltazar dejó de mirar los pensamientos del sacerdote. Sonrió con malicia para sí, aunque su rostro no mostraba nada más alláde una expresión serena.

—Si el padre supiera la verdad no estaría tan ansioso de que ella colgara los hábitos antes de tomarlos —pensó, terminándose aquel chocolate empalagoso y espeso.

Todo comenzaba a encaminarse. Aunque lo debilitaba mucho, sabía que ella no lo detectaría. Le quedaba ahora solo acercarse lo suficiente, tentarla e inducirla a que le entregara su alma. Eso sería fácil, era tan ingenua que creería cualquier cosa que le dijese. De todas maneras, tendría cuidado de no mentir de forma descarada por si ella lograse percibir alguna cosa fuera de lugar. Empezaba a creer que cumpliría su misión, incluso antes del tiempo que le habían impuesto.

—¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? —invitó Baltazar, intentando dominar el deseo de obligarla a aceptar.

—Lo siento, esta noche no puedo —respondió, bajando la mirada—. Quedé de verme con Joaquina Y Nuria.

—Está bien, no hay problema.

—Pero podría ser mañana —se apresuró a decir Mariagracia, motivada por el tono de decepción que había percibido en Baltazar—, claro, si usted puede.

—Sí, claro, por supuesto —Esta vez no necesitó fingir ni modular la voz, ella le había sorprendido—. ¿ A qué hora paso por ti?.

—¿A las 8 le parece bien?

—Perfecto, a esa hora pasaré por ti —dijo poniéndose de pie y dándole la taza—. Ahora, si me disculpáis, debo retirarme a hacer unas diligencias y volveré más tarde.

Baltazar evitó tener cualquier tipo de contacto con Mariagracia, ahora que se había repuesto un poco.

—Ve con Dios, hijo —Dijo el padre Nicolás, haciendo la señal de la cruz en el aire frente a él.

Baltazar apretó los dientes. Salió por el portón, caminó unas cuadras en línea recta y luego giró a la derecha. Asegurándose de que nadie le veía, Desapareció.

Continuará....


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