E PUR SI MUOVE

in #spanish7 years ago (edited)


dibujo del autor usando Mathematica. Jinete y caballo.

El disertante, profesor Teófilo T. Gurruchaga, observaba parsimonioso al auditorio. Siguiendo los preceptos del yoga, trataba de pensar en otra cosa. Más que eso. Trataba de pensar en cosas agradables. Más que agradables; cosas que lo llenaran de confianza, situaciones ganadoras. Y a su cabeza llegaba Keith Joseph, cubierto de cáscaras de huevo, y claras, y yemas. Sacado a patadas de los salones y los comedores. Limpiándose el traje, las rodillas del pantalón. Estirándose el saco con orgullo. Reprimiendo la enorme tentación de sacudir el polvo de sus sandalias, y simplemente sacudiendo el polvo de su traje de alpaca, preparándose para la próxima batalla.

Concedido que lo que el profesor Gurruchaga pensaba no era exactamente lo que quería pensar. Buscaba generar un espacio mental de éxito, calma, aplomo, y se le aparecía Joseph con su vena saltona en la frente, sus dientes manchados y desparejos, su aire de animal acorralado. Pero el objetivo se cumplía. Porque el vilipendiado Joseph era la mayor imagen de éxito imaginable. Porque Joseph consiguió lo que nadie, a base de hacerse destratar. Una vez, y otra vez, y otra más.

Con la calma que le concedía Keith Joseph, entonces, el profesor miraba a las gradas del pequeño anfiteatro. Pasaba con su vista sobre las hordas, sin detenerse, como un supervisor en alfombra mágica, como un estanciero millonario que cuenta sus cabezas de ganado desde un silencioso autogiro, riéndose para sus adentros, nadando a sus anchas en su inmensa suerte, en su inacabable fortuna. Sobrevolado el salón, el disertante pasaba a un análisis al por menor. Sacudido el miedo, se daba de lleno, el profesor, a identificar las distintas facciones de la barra brava, con sus bombos de distintos colores, sus tacuaras de diversa longitud, sus posiciones de latitudes variables. Y sus agrupaciones de peso, tamaño y convicción repartidas en un amplio espectro, como la luz en un prisma o la nota en el diapasón. Las vinchas blancas, los cánticos, los directores de orquesta saltando de espaldas al espectáculo. Los insultos, las arengas, las sofisticadas manifestaciones de desprecio. El profe Gurruchaga se había instalado en el nirvana, y así podía permitirse manejar toda esa información sin alterar su biorritmo. Digería el espectáculo a nivel macro y a nivel micro. Incorporaba todo en las estanterías de la memoria, y sin dejar de establecer cartelitos distintivos como los que atan a los dedos gordos del pie de los cadáveres, en la morgue, en las películas. Todo esto, todo el anfiteatro plagado de energúmenos dispuestos a comerse su hígado, era, para el disertante, información útil, procesada ahora y procesable en el futuro, cercano y lejano.

Por esa cosecha parsimoniosa de datos y conceptos, el profesor Teófilo T. Gurruchaga se mostraba infinitamente calmo, y paseaba sus ojos verdeamarillo sobre el auditorio, de aquí para allá, casi como una cámara de vigilancia. Mantenía las manos en el regazo, palmas hacia arriba, una sobre la otra. Cada tanto, casi de Lexotán, levantaba una mano cualquiera y tocaba sus crenchas rubias de muñeca barata. El gesto era de peinarse, pero el resultado era nulo. La escoba rubiona quedaba exactamente igual, lo que, indudablemente, maximizaba al gesto. El profe se pasaba la mano por el pelo para hacer el gesto de pasarse la mano por el pelo. No era para acomodarse las crenchas, sino para mover el brazo en actitud serena, respetuosa de su ampuloso, individualísimo look.

Cuando todos los cánticos se cantaron, y todos los bailes se bailaron, entró en escena el maestro de ceremonias. Ingresó por uno de los corredores diagonales, cosechando el efecto de los lados altos y de madera lustrosa. Saltando en un pie, luego en el otro, con los brazos en alto, el presentador giraba, brindando su sonrisa y sus puños a todos los rincones del paraninfo. Subió triunfal los escalones, y se acercó al profesor para darle la mano, sacudiéndolo bien, y mirando para todos lados. Soltó finalmente el zarandeado brazo, dejó que el profe cayera en su silla, y se dirigió al micrófono, exudando poder.

¿Dicen ustedes que era Chávez? ¿Creen que fuera el Príncipe Naseem Hamed? ¿Intuyen, tal vez, que el maestro de ceremonias era el gordito gerente general de Microsoft? Se equivocan. El maestro de ceremonias era el catedrático de historia de la facultad de humanidades de la universidad de la república.
-¡Compañeros! ¡Bienvenidos a su casa!
Paseaba de una punta del escenario a la otra, cargando los hombros, apretando los labios. El profe veía a Benito Mussolini, a Steve Ballmer. El público saltaba cantando “Dale campeón, dale campeón”, para pasar luego a “¡Des-tro-zalo, des-tro-zalo!”. Y el catedrático se paseaba, con los brazos en alto. Se acercó de nuevo al profesor, y soltó el puño al cielo, provocando un rugido en las tribunas.
-Amigos, mis amigos, qué día de fiesta tenemos hoy. Estamos en casa, celebrando nuestra identidad. Nos juntamos una vez más para comulgar con nosotros, para sentirnos unos a otros cerca, tan cerca. Esta es nuestra casa, nuestra universidad. Este es nuestro simposio. Nos damos el gusto de celebrar nuestra nación, la esencia de eso que llamamos, con orgullo, Cisplatina.
“¡Cispla nomá, Cispla nomá!” “¡Viva Aparicio, carajo!” “¡Peñarol campeón del mundo!”

El fin de la Cisplatina pastoril. Por el profesor Teófilo T. Gurruchaga. Con ese título tan ingenuo, tan intrascendente, tan inocuo. Y el anfiteatro lleno de gente con vinchas blancas, ponchos blancos, y tacuaras, y banderas de Defensores de las Leyes. Y eso que le había sacado el 1904 inicial. Era mucho más significativo, mucho más apropiado "1904, el fin de la Cisplatina pastoril". Pero se lo había sacado, para ahorrarse los resquemores. Seguro que se había filtrado. Y sí, el texto había que presentarlo antes del simposio de historia nacional del siglo XIX, los orígenes de la Cisplatina actual. Ahora, a apechugar. Se acomodó un poco las crenchas rubias. Esa melena a tono con los ojos verdes y amarillos, como la bandera de Río Grande, y marca Acquavit.

-Buscando la fecha de partida, o el primer personaje relevante, debemos retrotraernos a 1816, a Lecor, el conocido invasor norteño que gobernó nuestro país por algo así como una década, en representación del Imperio del Río Grande. Entre 1825 y 1830 lo combatimos, hasta que lo expulsamos, y luego declaramos nuestra independencia y juramos una hermosa constitución. Pero la injerencia militar de Río Grande en nuestros asuntos se mantuvo, más o menos intermitentemente, más directa, más indirecta, por casi un siglo. Sólo cesó entrado el siglo XX, pasado el año 1904.
-¡Hijo de puta!... ¡Atrevido!... ¡Viva Aparicio! ¡Viva el Partido Nacional!... ¡Vivan los blancos, carajo!... ¡Viva Aparicio y el Frente! ¡Aparicio es de todos!
Sudando, a desgano, el maestro de ceremonias llamó una vez más al orden.
–Por favor, estamos en la Universidad de la República. Este es un simposio abierto, y todos los ciudadanos tienen derecho a exponer su visión. Respeto, señores, por favor. Esto no es un acto político. Esto es un congreso de historia. Estamos rememorando episodios de nuestra nación. El disertante tiene una versión personal de esos hechos, y tiene derecho a expresarla.
-En las filas de Lecor revistaba un muy relevante político y militar riograndense, de nombre João Da Silva Tavares. Unos años después lo vemos nuevamente en Río Grande, defendiendo los intereses del Imperio contra los rebeldes, en la Guerra dos Farrapos, también llamada Revolução Farroupilha. La primera vez que, con él, aparece su hijo Joca Tavares, Barão de Itaqui, es en la Batalha do Seival. Las fuerzas imperiales al mando de da Silva Tavares son derrotadas por el general farrapo António de Sousa Netto. Tanto Joca Tavares como el general Netto serán relevantes para nuestro análisis. Los rebeldes farrapos triunfaron en su alzamiento, fundando la República Riograndense del Sur. La vida independiente de Río Grande del Sur duró aproximadamente diez años, hasta 1845. En ese período, lo que hoy es el estado de Rio Grande do Sul, y la región fronteriza, vivieron en estado de guerra permanente. Se verifica una cultura de frontera muy definida. Fuertemente combativa, con estancieros-guerreros peleando indistintamente de ambos lados de la línea divisoria, según el momento. Constituyendo alianzas transfronterizas muy cambiantes, a menudo contradictorias. Y con el gauchaje todo, cisplatino y riograndense, peleando en un país u otro, siguiendo a su caudillo o a su patrón.
-¡Alcahuete!... ¡Viva Aparicio! ¡Viva la Cispla!... ¡Viva el Frente!... ¡Viva Peñarol!
-También se verifica una alta participación de mercenarios en estas guerras, tanto norteños como cisplatinos (seguramente también platinos, pero eso escapa a nuestro estudio). La guerra era un elemento central de la cultura de frontera, y tal vez el principal medio de vida de los gauchos. Uno no puede evitar hacerse la imagen de una vida feudal, muy similar a la que fue norma en la Edad Media europea.
-¡Vendepatria! ¡Traidor! !Viva la Santa Federación!
-Un estado de guerra constante y sin bandera definida, en que las matanzas, el pillaje, la violación y usurpación eran moneda corriente.
Cuando los independentistas pierden finalmente la guerra, y Rio Grande del Sur vuelve a ser una provincia del Imperio del Rio Grande, el General Netto se rehúsa a entregar a sus soldados negros de nuevo a la esclavitud, y cruza la frontera para instalarse en Uruguay, con su ejército personal. Y con sus lugartenientes, por supuesto. Entre ellos, Francisco Saraiva, Dom Chico.
-¡Se dice Saravia, payaso! ¡Aparicio! ¡Aparicio!
-El traslado de un general y su ejército al territorio nacional plantea varios interrogantes. Esto es impensable en las condiciones actuales. Un gran contingente armado y organizado militarmente instalándose en el territorio de un país vecino... Claramente, las condiciones en aquel momento eran muy diferentes. ¿Qué efectos causaría en la zona este éxodo de militares, acostumbrados a la guerra cuerpo a cuerpo? Es realmente llamativo que nuestra campaña, en la frontera con Rio Grande, pudiera recibir un ejército extranjero que, de buenas a primeras, se instala en nuestro territorio. Un batallón norteño viviendo en Cisplatina. Una guarnición militar del Imperio destacada en nuestro suelo, extraoficialmente.
La peculiar situación de Rio Grande do Sul genera tres polos políticos, todos ellos relacionándose con Cisplatina, diplomática o militarmente. El más visible, y tal vez el menos relevante, es Rio Grande como país, a través de sus relaciones oficiales con su hermana República Cisplatina. Los otros dos son los partidos antagónicos que surgieron en Rio Grande do Sul, que a su vez eran variopintos, difíciles de entender y de enmarcar. El Partido Republicano Riograndense (o PRR) fue, sin duda, el dominante. Fue el partido del gobernante casi perenne del estado sureño en aquella época: Júlio Castilhos. No sería de extrañar que la localidad de Castillos, en el departamento de Rocha, debiera su nombre a este político norteño, dictador interminable del estado fronterizo. El tercer factor de injerencia riograndense en Uruguay fue el partido rival del PRR, cuyos integrantes se autodenominaban Federalistas. Entre ellos había monárquicos e imperialistas, había liberales y parlamentaristas, y había también románticos de la independencia de Rio Grande do Sul.

BIBLIOGRAFÍA
http://openlibrary.org/works/OL1003793W/A_diplomacia_marginal

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Interesante articulo! no pense encontrar algo asi aca. Gracias por compartir

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