Un día me disponía a dar una charla, y entre los invitados estaba un amigo que es uno de los directores generales más importantes de la ciudad. A pesar del ambiente familiar, mi nivel de estrés se dispara. Sin embargo, este estrés no se debe al número de personas en la sala, sino a la idea de intentar impresionar a mi amigo el Director General.
Me centro en mí mismo, pensando que si consigo impresionarle, eso podría abrirme oportunidades. Mi amigo el Director General está acostumbrado a escuchar a oradores excepcionales, así que quiero estar a la altura de sus expectativas. Pero me doy cuenta de que me estoy presionando demasiado al ponerlo en un pedestal.
La idea de que la gente tiene miedo a hablar en público es a la vez cierta y falsa. Ciertamente, puede resultar intimidante hablar ante un público, pero a menudo este miedo se debe a una mala percepción de uno mismo. Tendemos a compararnos con quienes admiramos y a infravalorarnos. Por ejemplo, puedo admirar la determinación de mi amigo director general a la hora de gestionar conflictos con inversores, pero quizá no reconozca mi propia determinación en otros aspectos de mi vida, como la relación con mi familia o mi rendimiento deportivo.
Es importante recordar que cada persona tiene sus propias habilidades y cualidades. Compararnos con los demás puede hacernos sentir inferiores, pero en realidad simplemente somos diferentes. Debemos reconocer nuestros propios logros y puntos fuertes, aunque no sean los mismos que los de las personas a las que admiramos.
Cuando admiramos a alguien por sus habilidades o su carisma, a menudo sólo vemos una parte de él. Al igual que el iceberg, la parte visible es sólo la punta de la personalidad de alguien. Debemos evitar juzgar a los demás basándonos en lo que vemos de su éxito aparente y, en su lugar, apreciarlos como seres humanos completos, con sus puntos fuertes y débiles.
Debemos recordar que todos somos humanos, con nuestras propias luchas y desafíos. En lugar de compararnos con los demás, debemos centrarnos en nuestro propio crecimiento y desarrollo. Y quizás, al reconocer nuestra propia valía, encontremos el valor para asumir riesgos y enfrentarnos a nuestros miedos...