La escapada a destiempo (I)
Decidió tomarse el día libre, lo necesitaba. Por una vez, se saltó las clases de Historia del Arte y, en vez de ir a la facultad, se fue a Toledo. Había algo de placer prohibido en hacer algo a contracorriente, lo que nadie espera, ni siquiera ella. Así que se encaminó a Plaza Elíptica y desde allí cogió un Alsa que la dejó en la estación de autobuses al pie de la muralla.
Dudó en subir cómodamente por los flamantes cinco tramos de escaleras mecánicas hasta el Zoco o bordear cuesta arriba los restos del muro medieval, varias veces restaurado, para entrar como una reina por la puerta imperial. Se decantó por caminar y sentirse coronada por el gigante escudo real al cruzar la entrada a la ciudad. Era como abrir una puerta en el tiempo para viajar a un destino desconocido. Sonrió.
Después se dejó llevar y sus pasos la llevaron a otra de las singulares puertas de acceso a la villa. Aquella que empezó siendo visigoda y terminó convirtíendose en mudéjar. Piedras que han sabido adaptarse a las manos que la tocaban, como ahora a las suyas. "Si pudieran hablar", pensó.
Recordó sus clases de arqueología. La ciudad es un organismo vivo, cuya piel ha acumulado caricias, dejando huellas en cada capa. Solo hay que rascar para encontrarse con la verdad, en forma de sorpresa. Y de pronto surgió ante sus ojos la Mezquita del Cristo de La Luz.
Ningún libro es capaz de recoger lo que sintió en aquel momento. La había estudiado en varias asignaturas, pero jamás la tuvo de frente. No se sabe quien miraba a quien, si la construcción a través de sus ventanas o ella extasiada al reconocer cada dovela. Mientras la examinaba no pudo evitar dejarse arrastrar hacia el interior: pequeño, recogido, frío y con cierto olor a humedad. Una estancia cuadrada en su años musulmanes que los cristianos ampliaron con respeto construyendo un abside por la izquierda, presidido por un fresco con el Pantocrator dentro de su almendra.
Llamó su atención las letras árabes en perfecta armonía con los dibujos románicos, en un equilibro que se le antojaba inviable en la vida real. "Pero tratándose de la Ciudad de la tres Culturas todo es posible", concluyó.
Sintió un sombra a su espalda. Miró y no vio nada. Volvió a sentir una respiración tras de sí. Cerró los ojos y la escuchó nítidamente, al tiempo que su cabellera se abría a la altura de la nuca con un soplo que la dejó petrificada tras un escalofrío. Nada de lo que pasó después hubiera sido capaz de soñarlo, pero realmente aquí empezó la mayor aventura de su vida.
(Continuará)
Texto y fotos de @gemamoreno