MELCHOR, GASPAR Y BALTASAR
Melchor, Gaspar y Baltasar se asomaron con timidez a través de la ventana de la habitación. Los tres reyes magos, venidos desde lejanas tierras, persiguiendo únicamente una estrella que marcaba su camino, estaban allí.
Mario, por su parte, se hallaba totalmente encandilado por el reciente nacimiento de su bebé. El reloj de pared apenas indicaba poco más que la medianoche, y el bebé reposaba totalmente tranquilo en medio de la sala. Tras varios minutos en trance, observando el tibio sueño de su primogénito, notó tres presencias extrañas en la ventana de la habitación.
-¿Quién coño son ustedes? -gritó, sobresaltado.
Del otro lado de la habitación, recostada sobre una rudimentaria cama de mimbre, estaba Josefa. Dormitaba como si se tratase de una guerrera que acababa de obtener victoria en la batalla del embarazo, y en efecto, eso mismo era. Sin embargo, el grito la despertó de golpe. La inseguridad, pensó.
Los tres reyes magos se escondieron detrás de la pared. Melchor fue el único que pudo entender que esta no era la mejor estrategia posible, asomando la cabeza con un gesto inocente, casi infantil, buscando con su mirada a Mario.
-¿Este es el niño Jesús? -preguntó, con el corazón en carne viva, y feliz por haber llegado a su destino.
-¿Quién eres? -replicó Mario.
-Disculpe, mi nombre es Melchor, y estos -haló a los dos reyes magos restantes- son Gaspar y Baltasar. Venimos a traerle un regalo al niño Dios, que acaba de nacer. Bueno, son tres: Oro, incienso y mirra. Aquí tienen.
Melchor tomó los tres regalos y los colocó sobre el marco de la ventana. Mario, confundido, preguntándose qué carajos con estos señores y sus atuendos anacrónicos, se levantó para tomar los regalos.
-¿Mirra? ¿Qué es esta vaina? A Josefa le cae mal el olor del incienso, dice que le da alergia, y el oro... ¿de cuántos quilates dices que es? Marico, sé que pagan bien por el de 18, pero...
-¿Niño Dios? -interrumpió Josefa, capturando la atención de todos los presentes-. Aquí no hay ningún niño Dios.
Todos se miraron, confundidos. Melchor comenzó a detallar la habitación, y sintió cómo poco a poco su corazón se aceleraba, pero esta vez no por felicidad sino por temor. No tardó en notar la moto Bera estacionada en el rincón, la caja con los ojos de un viejo presidente que apenas alcanzaba a reconocer, el techo de zinc desgastado, las frías paredes de latas, y sólo así se dio cuenta de que algo no andaba bien.
-¿Esto no es Belén? -preguntó Melchor.
-Sí, Barrio Belén -respondió Mario, aún confundido por no saber qué es la mirra.
Melchor volteó los ojos, miró hacia el cielo y se dio cuenta de que la estrella que tanto habían perseguido no era más que un bombillo, el único encendido en toda la Avenida Constitución. Suspiró.
-Entonces, ¿dónde estamos? ¿Qué país es este? -acertó a preguntar.
-¡Maracay, Venezuela, causa! -respondió Mario, mientras mordisqueaba el oro que tenía en sus manos.
Lo siguiente que se escuchó fue un golpe seco. Baltasar ahora estaba en el suelo, desmayado, mientras que Gaspar gritaba evidentemente enojado y preocupado en un idioma desconocido para Mario y Josefa. Melchor fue el único que atinó a responder.
-Claro, no hace falta el GPS, Belén, eso es ahí mismito, sigamos la luz, es la única que hay, la más brillante ¡mierda! ¡Y ahora cómo nos vamos para Belén! ¡Vamos a llegar tarde! -gritó Melchor, enojado-. Señor, nos equivocamos, por favor devuélvame los regalos -finalizó, un poco más calmado, mientras recogía a Baltasar del suelo.
Mario se molestó.
-Ay pana, yo siendo ustedes me voy de aquí pirado, y no me meto en peos, que esta vaina ya es mía -dijo.
-¿Cómo? Estos regalos no son para usted, ¡son para el Niño Dios! ¡Yahvé, el rey de los judíos!-respondió Melchor.
Mario se movió lentamente, ante la mirada atónita de Melchor. Se dirigió hacia una pequeña caja de zapatos que estaba en una esquina del cuarto, y sacó de ella un revólver. Melchor no entendía nada.
-Váyanse pues que no quiero joderlos -dijo Mario, mientras miraba fijamente a Melchor.
-¡Pero...! -Melchor fue interrumpido.
Tres disparos se unieron a la sinfonía eterna de disparos de los barrios venezolanos. La leyenda cuenta que, a partir de ese año, el Niño Jesús no tuvo más regalos.
Este cuento fue escrito como parte de mi participación en la Revista Literaria Canibalismos hace dos años, en su tomo número 10. La temática de ese tomo era la de "Una navidad peculiar", y fue seleccionado para ser publicado en la misma. Recientemente han vuelto a abrir convocatorias para nuevas ediciones de la revista, ¡los invito a participar en ella!
Esta versión del cuento es una que ha sido recientemente editada por mí, por lo que difiere en varios detalles con la versión publicada en la revista.
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Muy buen cuento amigo de verdad que si vinieran los reyes magos seguro eso les pasara en nuestro pais. Saludos
Como están las cosas, pues sí. Un saludo de vuelta!