Un país donde el amor de DIOS se ve derramado en el macizo guayanés, con riquezas incalculables de piedras preciosas y del bien amado oro negro.
Un país que decidió cambiar la bendición de Dios por un sistema que destruye todo a su paso llamado socialismo.
Un país que aguanta todo el mal que le ha sobrevenido esperando ver días mejores.
Un país donde su gente no se queja, sino que prefiere salir a trabajar y luchar porque sabe que todo pasará y serán premiados con las primicias de Dios.
Un país con una inmensurable alegría que nadie sabe de dónde sale, ver los rostros de su gente y las cara de los niños aguardando por mostrar la mejor sonrisa para el extranjero que los visita o para los familiares ausente.
Un país que ha exportado gente maravillosa, llena de esperanza y sobre todas las cosas gente llena de ganas de volver a su hogar. Sólo son las circunstancias los que lo obligan a irse, pero aman su país, el lugar que los vio nacer, crecer, sus familiares, amigos. Se van con un hueco en el corazón y un dolor en el alma. Se van sin mirar atrás porque sabe que si voltean ya nunca podrán partir.
Un país que ha llevado la bandera como estandarte, diciéndole al mundo estamos de pie. Estamos llenos de grandes expectativas, aunque nos hayan querido robar los sueños.
Un país que le duele a todo el mundo; pero nadie los ayuda. Donde pueden más las alianzas políticas que ver a su gente muriendo de hambre, sin medicamentos y asistencia social. Donde se volvió un lujo enfermarse y peor aún se desea la muerte.
Se trata de un país que sangra, pero que a la vez espera una nueva oportunidad, porque sabe que si tan solo la tuviera se aferraría a ella y saldría victoriosa. Es país se llama Venezuela. Mi adorada y dulce Venezuela.
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