“Durante los primeros años de la vida de un niño podemos observar el desarrollo más sorprendentes desde todos los puntos de vista tanto el punto de vista psicológico como el punto de vista físico o fisiológico”. Este era uno de los principios axiomáticos en los estudios de la carrera de Magisterio. Pero también considerábamos que a los seis o siete años, se producía uno de los acontecimientos más importantes de la vida, que era la entrada en la escuela. A partir de entonces los niños ya precisaban una educación sistemática y además, se encontraría extraño donde ya no encontraría un interés particular como sucedía mientras estaba exclusivamente en el hogar. En la escuela ya sería uno de tantos elementos de la masa y la disciplina sería impersonal. Por lo tanto el aspecto afectivo cambiaría de signo totalmente.
Por otra parte los niños ya se encontrarían en contacto con el resto de los de su aula, de ahí que la conducta se vería afectada en ese aspecto social de comunicación con el resto de los niños, por lo tanto tendría que armonizar su conducta con el resto del grupo. La conducta se vería afectada por el inicio de su participación en otros ambientes fuera del ámbito escolar como reuniones de muchachos, agrupaciones y organizaciones infantiles.
No voy a seguir enumerando los apuntes que tenía en la cabeza, fruto del estudio de la carrera y la exposición en los exámenes de mi oposición como Maestra de Primera Enseñanza, porque aburriría al lector con teoría excesiva que está en la historia de cualquier manual de psicopedagogía.
A lo que voy con esta entrada es que muy pronto me di cuenta de que tendría que salir de la burbuja en la que había estado mientras estudiaba y adaptarme a la realidad aunque tuviera que postergar tantos estudios de mis libros de Pedagogía, porque me encontré que no había escuela.
Solo había un solar de no más de diez metros cuadrados al lado de una roca que sería la pared trasera. El primer día quedé con el Sr. Presidente del pueblo para visitar la escuela. Estuvo puntual y allí nos dirigimos. Se comprometió a traer tablones y unos maderos para construirla.
Era septiembre y todavía la temperatura era soportable por las noches, pero entrado el otoño con las primeras nieves ya sería insoportable sin algún elemento de calefacción, por lo menos una estufa de leña. Lo más llamativo fue que no había niños. Los cuatro niños que me estaban esperando el día anterior cuando llegué al pueblo estaban cuidando las ovejas con el resto, en el monte durante el horario escolar.
De momento, todos los principios pedagógicos se me esfumaron. Aquel ímpetu de mi juventud quedó aplastado por la realidad pero me armé de valor para intentar convencer al presidente de que los niños de seis a doce años tenían que estar escolarizados por obligación legal del Gobierno. No recuerdo las palabras exactas pero su idea fue trasmitirme que allí, el gobierno de la Nación nunca había llegado y tampoco había aparecido por aquella montaña ningún representante de la administración hasta aquel año en que la Inspección de Primera Enseñanza había descubierto que había niños sin escolarizar en aquellas casas perdidas en la montaña, y activaron los trámites para crear la escuela. Entonces, y hablo de los años cincuenta del siglo pasado, la Administración creaba la escuela donde no había, y la dotaba de una Maestra o Maestro al que asignaba el sueldo que era alrededor de 5.000 pesetas al año (30 Euros anuales, 2,14 Euros mensuales repartidos en 12 pagas y dos extraordinarias en Navidad y en Julio).
La dotación del solar y la construcción del edificio tenía que correr a costa de los vecinos del pueblo. Solar sí había, como ya dije, de unos 10 metros cuadrados, al lado de una roca que haría de pared trasera. Los hombres del pueblo se comprometieron a llevar tablones para improvisar el edificio.
Por momentos dudé de mi vocación de Magisterio con el que tanto había soñado y había dedicado todas mis potencias humanas, intelectuales y morales y estuve a punto de rendirme y regresar a casa de mis padres para renunciar al nombramiento de Maestra de Castropetre. No sé de dónde saqué fuerzas para no rendirme y sacar fortaleza de la debilidad y la miseria. Sólo me dio fuerzas para improvisar y seguir por el camino de la nada pensar que los niños y niñas de aquellas casas que nunca habían tenido escuela y eran pastores de las ovejas de las que vivían sus familias mientras los padres se afanaban en los trabajos más duros del bosque y de la montaña. Había que improvisar y salir adelante como fuera. ( Continuaré)
Seguro que aquellos niños nunca olvidarán a su joven maestra