Tal vez era un sueño, y deseaba con cada fibra de mí ser que así lo fuera. Pero la oscuridad era tan escalofriantemente real que mi simple respiración me aterraba al hacerme pensar por unos segundos que algo mas estaba ahí conmigo, que algo mas se hallaba entre la repentina opacidad. Y referirme en mis propios pensamientos a esta atmosfera como repentina es la única manera que puedo concebir para llamarla, pues aun luchando por recordar, mi mente no logra reconocer el camino por cual llegue o siquiera los últimos instantes en los que no todo era tinieblas.
Durante segundos trate de recordar en vano, pronto estos instantes se volvieron minutos y solo dios sabe si también se hicieron horas, en esa oscuridad todo era posible. Intente hablar, decir algo por primera vez, una idea que surgió al suspirar y ni siquiera poder percibir mi propio aire escapar. Abrí la boca, en mis pensamientos como si fuera un guion las palabras se establecían, y ninguna salía. No podía decir nada, y mientras más trataba más un agudo dolor en la garganta se formaba, como si algo me sujetara y jalara, en todas las direcciones y ninguna a la vez. Los ojos humedecidos no se hicieron esperar y llegaron junto a la transpiración, el terror llamo a las lágrimas y al sudor, como si entre ellos existiera una extraña trinidad dentro de esta confusión. Mientras me secaba las lagrimas pensé ver algo a mis pies; creí que podría ser obra de mi desesperada imaginación, como un pobre diablo vagando por el desierto, que en su ansia de agua ve un manantial.
Vi una pequeña linterna que destellaba tenuemente entre las sombras.
Intente inclinarme para tomar la diminuta linterna, sin embargo, la misma oscuridad que me envolvía también dificultaba mis pasos, por primera vez en tal vez horas o quien sabe cuánto tiempo haya estado aquí, me di cuenta de que no había movido mis pies en lo mas mínimo. Resultaba extraordinariamente peculiar que realmente, ni me había erguido ni siquiera un poco, siempre estando en el mismo sitio, petrificado tal cual estatua de piedra en el patio de Medusa.
Con determinación me incline para tomar la débil luz, tuve éxito. Y una vez que lo conseguí sentí algo más de libertad, ya la claustrofóbica oscuridad no me aprisionaba como si estuviera a metros de profundidad bajo el mar. Un firmamento repentino cegó por segundo mis temerosos ojos, creí ingenuamente que se debía a la luz que mis manos retenía. No obstante, mire a lo que antes parecía un pasillo sin fin dentro de un mundo a oscuras, ahora parecía más un pasillo, incluso creí ver escritos en lo que parecía ser paredes de concreto aunque ennegrecidas por oscuro huma que se colaba por las grietas. Pero aquello no era lo más impresionante que se tonaba delante de mí; una silueta sumamente oscura, que a pesar de poder apreciar gracias a la débil luz de la linterna que en mis manos sostenía, no era posible diferenciarla de una mera sombra, aunque peculiar. Un aire helado llego a mi corazón, y no lo hizo solo, el miedo solo fue nivelado con la confianza y la curiosidad, una extraña mezcla de emociones que no creo haber experimentado jamás.
Imprevistamente una luz al final del camino apareció iluminando todo el oscuro pasillo, ahora lo veía claramente; era un túnel. Y también conseguí distinguir a la silueta, era una mujer, de cabello corto y ropajes al parecer grises. Ella comenzó a caminar en silencio, tan delicadamente que casi podía sentir que sus pies se movían a través del aire sin golpear el suelo en lo más mínimo, como una bailarina dentro de un viento intermedio, ni muy agitado ni muy débil.
Traté de llamar su atención, tal vez entre las tinieblas y aun como débil linterna no se había percatado de mi presencia. Mientras más trataba de soltar algo sonido, alguna simple palabra, más el dolor en mi garganta se atenuaba, como si alguna fuerza externa o inclusive interna, me sujetara y yo no lo pudiera evitar ni ver, estaba mudo en un mundo de sombras y donde la luz parece ser tan escasa como los buenos sentimientos en lo que antes era mi mundo. Si la mujer daba un paso, mi cuerpo se movía y daba uno exactamente igual, tal cual marioneta manipulada por titiriteros invisibles. Cuando parecía acercarse a la luz, la figura femenina volteó un poco su rostro y me miro de reojo, sus ojos por la débil luz de la linterna, eran tan negros como la niebla procedente de las paredes.
Su rostro sonrió y un escalofrió recorrió mi ser. Pero no por ser una sonrisa malévola, sino por la gentileza casi divina que en sus labios y mejillas se reflejaba. Levantó sus brazos y algo aun más asombroso que la luz al final del túnel causó que me sobresaltara, pues todo el túnel en si giraba como si fuera niebla. Ella con su mano izquierda hizo una seña, deduje que significa que la siguiera y comencé a caminar lentamente, no podía hacer más que eso. La mujer desapareció entrando en la luz como si se adentrara en un mundo de nubes y algodón celestial. Trate de hablar una vez más, sin embargo, el dolor ya habitual seguía, ni mis resoplidos parecían reales. El túnel se expandió en una gran habitación negra, el suelo seguía siendo de madera y la luz blanca estaba al otro lado de la habitación, ahora era una puerta entre abierta que conectaba la luz con esta oscuridad.
Caminé sobresaltado, ahora podía moverme más fácilmente, sin la niebla negra que parecía ralentizarme. La distancia que existía entre la puerta y yo era considerablemente alta, por lo que fui al trote, casi corriendo desesperado. No obstante, me detuve en seco, completamente paralizado por algo más que simple miedo, era autentico pánico y no comprendía claramente cuál era la razón. Sol vio una silla en el suelo, tirada; como si alguien la fuera pateado o se fuera caído de ella. La mire más de cerca, había rastros de liquido, era sangre. Comencé a corre a la puerta, ahora mas aterrado que antes, la desesperación me rodeaba y penetraba.
Una vez más me detuve por otros extraños objetos, un anillo de matrimonio tirado en el suelo junto a rosas blancas, sumamente marchitas y con diminutas gotas de sangre.
Toqué la sangre atraído a ella por una razón que no logro explicarme, sosteniéndola entre mis dedos percibo su aroma, huele tal y como debería oler la sangre, aunque por alguna razón, la percibo demasiado familiar. Como si mi nariz hubiera sido bañada con sangre recientemente. Caminé un poco más, ya estaba por llegar ante la puerta de luz envolvente, casi siento el calor que el brillo irradia. No obstante, antes de ser bañado por tan anhelada luz, un último objeto se encontraba delante de mí, a mis pies; una soga con un nudo. La tome y acaricie, mis manos reaccionaban ante ella, ya la había sostenido antes y el dolor en mi garganta se agravó. Ante todo pronóstico y en contra de cualquier pensamiento lógico, la lleve a mi cuello y encajo perfectamente. El dolor se desvaneció y volvió mi voz, y también los recuerdos. Lagrimas humedecieron mis ojos y se desbordaron por mis mejillas.
— ¿Qué he hecho? — solté secando mis lágrimas. Me gire y vi que la puerta se abría aun más y la luz brillaba con mayor intensidad. — No merezco entrar ahí…
—Te lo mereces y no imaginas cuanto. — dijo fríamente una voz a mi espalda. Era la mujer que me guió, la reconocía, ella fue mi esposa.
De la luz varios brazos celestes salieron y jalaron de la soga en mi cuello. Esa sensación la reconocía, pues fue gracias a ella que estoy en ese lugar, antes fe una salida, ahora era mi castigo. Entre en la luz y no sentí el calor que se me prometía, todo lo contrario, era gélido, más gélido que el espacio, tan frio que mi piel se desprendía por la congelación, pero volvía a pegarse. Ya no puedo morir, no de nuevo.
Ese lugar de luz era sumamente reducido, un solo y pequeño cuadrado, un cubo de cristal blanquecino muy puro, a excepción de mi, que estoy podrido. La soga se elevo sola en aire y me llevo con ella, y sin importar cuánto me balanceará, no se movía. Siento que me ahogo pero que jamás llegar el codiciado final, pues ya ha llegado antes. La luz iluminaba más que mi cuerpo, iluminaba mi alma, se porque estoy aquí; los objetos, la mujer… todo es mi culpa. Cuando estaba en el mundo como lo conocía, estaba casado. Pero aquello jamás fue suficiente para mí, no, siempre quería más. Pronto las mujeres no llenaron el vacio y comencé a abusar de sustancias, todo mientras mi mujer trataba de ayudarme en vano. Un día, cuando una acalorada pelea tuvo lugar y por no controlar mi ira, la empuje y ella cayo rompiéndose el cuello por una pequeña silla.
Unas lagrimas brotaron las cuales en ese lugar eran altamente corrosivas, siento el ardor recorrer mi cara, aunque nada comparado al dolor de mi alma.
Desde que la perdí, lleve rosas blancas al lugar donde falleció. La locura me sumió, la vida no tuvo significado, no era solo culpa, era algo peor, un vacio sentimental absoluto. Y el final llego, use una soga y la misma silla con la que murió… rápido y sencillo. Tras recordar esos eventos, la soga se hizo un poco menos fuertes, lo suficiente como para dejarme hablar. Sabía que estaba ahí por mis acciones, lo merecía.
—Lo merezco…
—Todos tienen un castigo. — Dijo una voz invisible dentro del cubo de luz conmigo. — Tu atentaste contra dos vidas: la de una persona que te amaba y contra la tuya.
—¿Este es mi castigo?
—No… este es tu infierno.
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