La vida y la muerte se caminan de la mano.

La fragilidad del ser humano, la muerte que nunca es esperada, el final de los latidos que sostienen nuestra alma.

Nadie se prepara para perder un ser querido, nos aferramos a un siempre que no es posible, nos aferramos a la idea de ser eternos.

Sin embargo, la vida no nos complace, llegamos a momentos de pérdidas, a veces inesperados, en ocasiones son eminentes pero igual de dolorosos, nunca estaremos preparados.

Cuando una despedida definitiva nos toca, aun así lloramos, todavía resistimos ante el hecho no alterable de la muerte. Sin embargo, la sabemos, al final la aceptamos menguando el dolor en los recuerdos atesorados.

Si al morir nuestras almas encuentran un camino, espero que sea con la brisa del mar de frente, espero que las olas puedan oírse desde ese lugar que nos alejará de los despertares cotidianos.

Mientras vivamos, que no sea esperando la muerte, que sea agradeciendo cada nuevo día, agradeciendo los recuerdos y más todavía los momentos por vivir.

La vida y la muerte se caminan de la mano, inseparables, un vínculo, un lazo eterno. La primera frágil, la otra instantánea o a veces lenta.

Más se le debe temer a una vida vacía, porque la muerte puede ser a veces el final de muchas agonías, más se le debe temer a la soledad o al no haber amado.

La vida y la muerte se caminan de la mano, inseparables, un vínculo, un lazo eterno. La primera frágil, la otra instantánea o a veces lenta. Ambas infinitas, ambas eternas.