Hoy quiero contarles una historia, hasta hace poco más de un año llevaba a mis hijos con un Pediatra quien supo ganarse a pulso mi confianza y respeto, y lo más importante, se ganó la fe y el cariño de mis hijos ambos menores de diez años, quienes llegaron a afirmar delante de enfermeras y del mismo doctor que con solo verlo aparecer se sentían sanados de cualquier enfermedad.
Sus diagnósticos precisos, tratamientos efectivos, el acompañamiento que tuvo siempre con nosotros, y hasta el hecho de explicarnos, como buen docente que fue durante varios años en la escuela de Medicina de una reconocida universidad de mi región, con términos digeribles para nosotros, el origen, diagnóstico, desarrollo y procedimiento a seguir para enfrentar cualquier problema de salud de mis pequeños, causaron que no existiera la menor duda de adoptarlo como Pediatra de cabecera para nuestros mayores tesoros.
Su vocación, empatía y espíritu de constante enseñanza lo llevó a ganarse el respeto de pacientes, médicos, enfermeras, estudiantes, gerentes de centros de salud de la zona.
Considero que este mismo sentimiento de admiración integral es la que debe despertar todo profesional de la salud, hoy, por diversas circunstancias que atraviesa nuestra Venezuela, este excelente ser humano tuvo que tomar la difícil decisión de emprender viaje, como tantos otros, y hacer vida fuera de nuestra Venezuela, motivo por el cual como gesto de agradecimiento he decidido hacerle un pequeño homenaje mediante estas palabras, que no tienen otra intención más que tratar de transmitir como los pacientes podemos llegar a ver a esas personas que visten algo más que una “bata blanca”.
Con todo el respeto y admiración para el Dr. Manuel Castro (Pediatra – Puericultor y extraordinario ser humano).