VIAJAR A LA HISTORIA (Fotografías propias)

Para poder llevar a cabo este apasionante viaje, necesitamos meter en nuestra mochila una buena dosis de espíritu aventurero, de imaginación y el mismo ímpetu que llevó a nuestros antepasados a descubrir nuevos mundos.

Si alguien nos propusiera un viaje por el tiempo, pocas personas se resistirían a emprenderlo, a pesar de riesgos, decepciones y descubrimientos. Desde que Heriberto George Wells escribió “La máquina del tiempo”, en 1895, novelas, películas, etc, se han multiplicado y a juzgar por el éxito alcanzado, seguramente, tendremos ocasión de “viajar” de nuevo al pasado y a un futuro impredecible.
Cuando leí, en mi adolescencia, “Un yanqui en la corte del rey Arturo”, de Mark Twain, publicada en 1889, me di cuenta de lo que suponía realmente “vivir” el pasado, cosa que no habían conseguido mis profesores de Historia.

Mi manera de viajar a la historia, de disfrutar de ella, ha sido y es todavía la lectura de lo que se llama novela histórica. La mezcla de personajes de ficción con personaje que han sido reales, ver cómo por ejemplo en “Los Episodios Nacionales “ de Galdós, Gabriel Araceli se metía en los principales hechos de la “Guerra de la Independencia”, ver cómo cobran vida , por obra y gracia de la palabra, esos personajes que en las clases historia eran sólo de cartón piedra, me hacía identificarme con él y sufrir con él y actuar con él. Y eso ya no se olvida.

Cuando, de la mano de Santiago Posteguillo recorremos las calles de La Roma de los Escipiones y de Plauto y asistimos a una sesión del Senado, o a una batalla en Hispania para conquistar Cartago Nova, y vemos a Publio Cornelio Escipión moverse entre sus fieles legionarios, planteando difíciles estrategias, sufrimos con él y vibramos con él, cuando consigue un triunfo.

Viajar a la historia es también patear las ruinas, imaginarse a la gente paseando, comprando, comiendo en las casas de Pompeya o Herculano, imaginarse a la gente llenando los templos griegos de Agrigento

Es un viaje que necesita entusiasmo, información e imaginación; imaginarse en todo su esplendor la ciudad de Éfeso, recorriendo lo que queda de su biblioteca, su inmenso teatro, por ejemplo, es uno de los momentos más gratificares que recuerdo. Las ruinas de Itálica me dieron también una lección de humildad: el paso del tiempo todo lo destruye.

Hay tantos lugares en el mundo donde se puede ver la huella que el hombre ha dejado, que si desaparecieran junto con los documentos históricos conservados, los hombres nos convertiríamos en cascarones vacíos, en niños recién nacidos.
Si conocemos un poco de la historia, ascenso y desaparición de los templarios, seguro que nos emocionaremos cuando contemplemos las hermosas ruinas de sus castillos, como este de Érice, en Sicilia.

Cuando me planteé escribir sobre este tema, lo hice con una imagen: las ruinas de las reducciones jesuíticas en Argentina en la provincia de Misiones:

claro que las imágenes de la película “La Misión” condicionaron sobremanera mi visita; no me hizo falta imaginación para “rellenar” los escenarios ahora vacíos, con cientos de guaraníes, que me hicieron comprender la gran obra realizada y su inexplicable abandono. El hombre es capaz de grandes empresas y de grandes destrucciones.
La novela, el cine y los viajes, se pueden convertir en buenos aliados de nuestro espíritu de nuevos aventureros y si somos capaces de sacar partido de la imaginación, viajaremos a la historia de verdad y será un viaje apasionante.