Los amores perdidos, que alguna vez abandonamos porque se volvieron insoportables, recuperan su lozanía y se idealizan con los años.
La mente modifica los recuerdos para que no molesten demasiado y si son realmente malos pueden olvidarse completamente y quedar inconscientes pero sin perder su poder de volver a la conciencia algún día disfrazados.
Por esta razón los seres humanos repetimos historias, porque olvidamos las reales experiencias vividas y sólo recordamos lo que deseamos.
El recuerdo prioriza más la ausencia de lo que se añora que la experiencia real misma. Esto también lo experimentan quienes hartos de frustraciones abandonan su tierra natal y después de un tiempo lejos comienzan a extrañar y hasta pueden recordar con humor todas las calamidades sufridas.
La nostalgia además, puede ocasionar síntomas físicos y psicológicos como taquicardias, ataques de llanto, insomnio y distintos miedos. Es una especie de melancolía, una tristeza inevitable que perturba el pensamiento y también el razonamiento; es el deseo emocional de volver a vivir experiencias del pasado, el anhelo de estar con personas con quienes creímos haber sido felices, de experimentar situaciones o de estar otra vez en esos lugares.
Añorar el pasado también nos sirve para compensar actuales carencias afectivas, para luchar contra el sentimiento de soledad, contra el aburrimiento o la ansiedad.
Los recuerdos del pasado pueden afectar a las personas que sufren depresión porque tienden a equiparar el pasado con la felicidad y experimentar el presente en forma negativa.
Volver al pasado es una forma de aferrarse a una etapa ya vivida, y es el infructuoso intento de detener el tiempo para poder eludir lo que es inevitable, o sea la propia muerte.
La nostalgia no respeta la historia real, por lo general se adorna, se mejora, se ajusta a aquello que nos conviene y que a medida que pasa el tiempo termina siendo otra cosa.
No obstante, los recuerdos pueden hacernos bien porque enriquecen y le dan continuidad a nuestra vida, siempre que no nos quedemos atrapados en el pasado prisioneros de lo que pudo haber sido.
¿Por qué recurrir al pasado si tenemos un futuro? Porque todos tenemos miedo a lo desconocido y al pasado lo conocemos, nos hace sentir más seguros, más jóvenes y nos brinda la ilusión de volver a vivir los tiempos felices.
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