Divagación #24. De escritos sin nombre que aún no entiendo.

Hay personas que le huyen al silencio y van en busca del ruido, en busca de montones de gente que llenen ese vacío que busca ser ocupado por otra persona en lugar de ser ocupados por nosotros mismos.
Hay personas que pasan horas observando a las estrellas porque de esa manera, existe la remota posibilidad de que en alguna parte del mundo, otra persona también vea la misma estrella. Y así dos miradas coinciden en un mismo momento, sin saberlo e ignorando el hecho de que pueden existir barreras que los separen. Así, por unos segundos, durante el mismo instante, dos almas compartieron sus más íntimos secretos.
Hay personas que intentan mezclarse en la multitud, personas que se pierden en vanidad de los intentos de pertenecer. Y de repente una mirada se encuentra con otra y una pequeña parte de este mundo que no entendemos, comprende que al fin han encontrado aquello de lo que siempre han huido y que no sabían que andaban buscando.

Y a pesar de las constantes advertencias que escuchábamos de niños sobre lo dura que es la vida, dejamos de creer esa mentira de que las cosas buenas se presentan de manera fugaz y escasa y empezamos a creer en lugares inesperados, en momentos mágicos, en personas especiales.

Su mirada se encontró con la de él y de repente una sonrisa torcida se armó en mi rostro. Una sonrisa incrédula de ser poseedora de aquello que no le pertenece pero que aún así se mantiene a su lado. Y recuerdo que no sé hacer otra cosa que mezclar y acomodar palabras que eventualmente terminan dirigidas a ti, así al final no te diga mucho o no te diga nada.

Hoy, dos miradas se encontraron y mientras caminaba, a la distancia, escuché un "Cuídate" y pensé en la infinidad de cosas que se ocultan detrás de esa palabra. Más allá del "No quiero que nada malo te pase" se haya oculto un grito de auxilio desesperado en el que pides que te salven de ti mismo, que te salven de las ganas inmensas de huir que invaden tu cuerpo cada vez que empiezas a sentir algo. Y luego pasa que no sabemos responder a tantas verdades, pasa que no sabemos ni siquiera escuchar las nuestras. Pasa que en realidad no necesitamos que nadie nos salve. Que las personas no llegan ni muy tarde ni muy temprano, sólo llegan.
Y así como llegan, se van.
O te vas.

Dos miradas se encontraron y he decidido que ya no voy a esperarte, o a buscarte. Sólo estaré aquí. Y sin algún día apareces, quizá no huya otra vez.

Pero es que fácil eso de huir. Huir antes de sentirse ahogada en ese mar de sentimientos que a veces no puedes dejar que fluyan a través de las palabras que tanto te salvan. Porque llega un momento en el que te das cuenta de que en verdad sólo estás escribiendo tus verdades en lugar de pronunciarlas. Llega un momento en el que te das cuenta de que en lugar de estar dejando ir todo aquello que te atormenta, sólo le presentas y expones a la vida tus heridas.
Porque las palabras no siempre nos salvan y mucho menos nos llevan a aquellos lugares a los que ya no podemos ir porque nuestro corazón nos duele demasiado.
Porque a veces es más fácil ponerse un disfraz que desnudarse dejando que te abriguen sólo las razones.
Porque a veces hay historias que empiezan con un gran signo de interrogación producido por lo incierto.
Otras veces hay historias de las que nadie nunca habla porque nos quedamos en el por qué sucedió así o en lo que vino después.
Y hay escritos que hablan de todo y no dicen mucho.
Y escritos que hablan de poco y dicen todo.