Carta olvidada - Poema breve sobre un momento de añoranza y despedida

Para aquella persona que, aunque no la nombre,
sabe quién es; y aunque no lo diga, sabe quién soy...

Ah, preciosa, anoche te soñé, deslumbrante como siempre. Ilusionado me acerqué a hablarte, pero tu cara se tornó seria y tu desprecio cortante, y el sueño se convirtió en pesadilla, desesperándome, volviéndome ansioso de sacarte una sonrisa, de que me aceptaras de nuevo, pero sólo veía tu boca disparándome palabras con sequedad, hiriendo mi ya lastimado corazón.

Dame otra oportunidad. Es todo lo que puedo decir, ahogado en depresión, mientras despierto en mi cama fría de soledad con mi almohada húmeda de tristeza.

Háblame, pero no me hieras. ¿Qué no ves que tu rechazo me destroza?

Pero he caído en cuenta, sí. Fue mi culpa el que te hayas aburrido y alejado de mí, que ya no me vieras igual que antes, pero es porque lograste traer a la superficie a aquel yo que creía inexistente, pero que en cambio sólo dormía en mí. Sin embargo tú también me mostraste, aunque solo un poco, tu otra naturaleza, tu ser oculto, la llama del dolor que flamea bajo tu delicado exterior. Aún con todo esto, no me arrepiento de nada más que haberte dejado ir.

Y que sepas, mujer, que esta culpa que recae sobre mí no te exonere ni te limpie, puesto que en tus impulsos ciegos también has errado.

Y ahora te digo, por tus mentiras y secretos, por ilusionarme y decepcionarme, por lo que valoraste más que a mí, por tu orgullo y egoísmo, oh bella seductora, por todo esto te digo adiós, aunque te extrañe hasta la locura y te llore a muerte.

Te quiere, tu amante eterno.