Cada vez que recuerdo como se encapotaba el cielo paraguanero, evoco aquellos tiempos de chaparrones primaverales donde se armaban un temporón, como decía mi tía Ayita. Era el anuncio de que sagradas bendiciones se cernían sobre mi pueblo en forma de lluvia santa.
Una nortada amenazaba con caer dulcemente sobre mi tierra, lloviznas tempranas que venían del norte, poéticamente Bóreas: era el llamado del surco a la siembra, la llegada de la esperanza a las manos de los sembradores y conuqueros que sustentaban la manutención en el arduo, pero amoroso, trabajo de labrar la tierra para conseguir la ansiada cosecha que alimentaría a sus familias.
Eran esas lluvias benditas, el acicate, las que avivaban la esperanza y atizaban los sueños y las ilusiones.
La furia primaveral, la alegría desatada en emociones contenidas para ese momento con la infinita e inquebrantable fe de que la tierra les daría el pan y el bastimento necesario para la convivencia familiar.
Hoy lamentablemente todo aquello se ha perdido. Son muy pocos los que viven y se sustentan en la siembra, pero es que en realidad ya ni siquiera llueve. Son muchos los factores que han influido en el alejamiento de las lluvias, y si cae algún chubasco la gente no se arriesga a sembrar para no perder el chivo y el mecate.
De allí que al rememorar aquellos hermosos tiempos me invade un soplo de tristeza, al recordar los días tapirameros, el olorcito a jojoto tierno, esos chaparrones sonados que tanta falta nos hacen. Así la gente podría en medio de esta crisis producir sus propios alimentos y hacer añicos la desesperanza, pero esos momentos difícilmente los volveremos a ver, como tanto volveré a sentir esa algarabía de mi santa madre cada vez que caían bendiciones sobre mi tierra: “AREQUINTA JUAN SOLDADO”.
Cocodite los espera en la próxima entrega, siempre con la bendición de Dios.
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