Entre los Padres Nuestros y las Ave Marías del rosario, a Bernarda se le enredaban los pensamientos, se le olvidaban las sagradas secuencias. Desde que su marido se fue a revisar por el médico, ella cumplía con la rutina de sentarse a esperarlo en el corredor de la pequeña finca. Era el lugar estratégico desde donde podía ver el extenso camino de regreso. El tiempo que habría pasado desde la despedida se le hacía ilimitado, aunque la verdad era que no pasaban más de dos semanas. Bernarda no entendía la necesidad de aquel chequeo médico. En los veinte años de casados que llevaban él nunca lo había ameritado. El día a día le mostraba al hombre fuerte de quien se había enamorado. Como todos estos años, él se levantaba en la madrugada, lidiaba con las bestias y con la tierra dominándolos, era la voz de mando para sus hijos y cuando llegaban las noches, todavía él se le acercaba con el mismo deseo de siempre. No entendía, entonces, la urgencia de aquella consulta. Con la sonrisa menguada había pasado esos último días, en una molesta espera que le borraba la tranquilidad. No era que le preocupara la salud de Reyes, lo sabía sano, sólo que no podía ser feliz sin él. Olvidaba a sus hijos, los descuidaba, tenía que exigirse atenderlos aunque siempre en una muda impaciencia.
Pero esa tarde, la figura pequeña de Reyes se perfilaba en el otro extremo del extenso camino de regreso, lo vio venir a caballo, el olor a él se le instaló en la piel. A Bernarda le renació la sonrisa, se volvió juguetona y dulce, como siempre lo había sido, se levantó entusiasmada a prepararle la comida y el descanso merecido después de un viaje tan largo. El tiempo le pasaba a Bernarda y la alegría no la dejaba calcularlo, hasta que vio declinar la tarde sin la presencia de Reyes a su lado. Salió de nuevo a revisar acuciosamente aquel camino ya harto conocido. En silencio lo buscó por toda la finca, en cada rincón, en cada espacio y no lo encontró. Con la tristeza sofocada y la respiración inconfundible de quien tiene miedo, reunió a sus hijos en el cuarto de los santos y todos alrededor de la imagen de la Virgen comenzaron a rezar el rosario por el alma del padre muerto.
Cecilia Dávila Dugarte
Caracas, 02 de septiembre de 2001
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