No puedo pasar la vida entera meditando,
moviendo mis ramas,
así como lo escribió Montejo.
Ni siquiera tengo ramas
creo
y si llegué a tener raíces,
las corté desde el inicio.
Me considero incapaz,
absurdamente incapaz,
de mantenerme fiel a un punto en el espacio,
sin ser cartógrafa de otros suelos,
sin aferrarme con las uñas al lodo del camino,
de las tantas noches bajo un manto oscuro y sin estrellas,
sin risas de astros cohibidos,
tanta niebla, tantos pasos.
No quiero ser un árbol que se aferra a un mismo suelo,
que se adhiere a lo que conoce,
a lo que quiso,
a lo que fue,
a lo que sigue siendo.
Inamovible,
en ocasiones,
bajo el concreto que intenta romper,
infructuoso,
quebrando la acera sin poder liberarse,
preso de si mismo y su naturaleza.
No, no quiero ser un árbol.
Que me alimente el sol cuando le plaza
¿Y cuando no?
bien gracias, señorita. Espere su cuota diaria.
Permanezca en el mismo rincón del orbe,
no busque vida en otros faros,
que del mar no sabrá nunca nada.