Con la muerte a cuestas…

in #spanish7 years ago

Es difícil sentarse a escribir cuando tienes una sola imagen en la mente, el suicidio de una gran amiga. Y comienzan a revolotearte en la mente miles de preguntas que se quedan sin contestar porque quien te las puede responder ya no existe. Solo te quedan las lágrimas que derramas por ese dolor profundo que significa ver partir de forma inesperada una amistad de años. Una muerte que para mí no tenía razón de ser. Si el problema tiene solución para qué te preocupas? Y si no tiene solución para qué te preocupas?

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Ella tenía treinta y seis años; bella, con una piel envidiable, unos ojos bellísimos, una risa cantarina que cautivaba a la gente y una forma de ser muy dulce. Hablaba como un radio prendido. Pero era mi amiga. Cómo me duele hablar de ella en tiempo pluscuamperfecto.

Primero fuimos compañeras de lucha, que al llegar vivas a la casa metíamos nuestros pies en poncheras de agua caliente para desinflamarlos después de muchos kilómetros de marcha contra el régimen. Juntas tragamos, lloramos y vomitamos por el humo de las bombas lacrimógenas. Nunca nos separamos al huir de las peinillas de los guardias que obedecen a la orden de represión del régimen. Corríamos como unas locas desenfrenadas huyendo de las balas o de los perdigones. Ella fue la que me llevó a un hospital cuando al ser lanzada por un colectivo (paramilitar pagado) contra la puerta de un negocio abollé la santamaría con mi columna. Nos curabámos las heridas para luego reírnos celebrando la vida. Porque siempre andábamos con la muerte a cuestas.

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Luego de protestar y volver a casa con vida, le dábamos las gracias al ángel de la guardia que nos protegía, tomábamos café, merendábamos o nos hartábamos de chocolate. Y nos fuimos haciendo amigas, no solo compañeras de la resistencia.

Sé que con toda la situación que estamos viviendo en Venezuela, nos desesperamos, lloramos, queremos salir volando de aquí porque no sabemos o no podemos resolver nada. No encontramos comida o no nos alcanza el dinero para comprar en el mercado negro. Y lo peor es que no vemos luz al final del túnel.

Un día, mi querida Delicucha comenzó a encerrarse en sí misma. Insistí para que me hablara. Subiera a tomar café. Trataba de sobornarla con chocolate para que me hablara de la tristeza que veía en su cara. Pero no quiso hacerlo. La vida se desapareció en la mitad del túnel, donde la oscuridad es más densa. Nos veremos en el otro plano mi Delicucha querida.

Atte.
Un pez humano