Hay en todas las poblaciones personajes ricos, medianos y pobres, si se quiere demasiado vulgares unos y otros, pero que a veces tienen algo que se antoje y de ahí que nazcan cuentos, tradiciones o cuando menos hablillas curiosas que van desapareciendo poco a poco y es de sobra interesante desempolvarlas también para solaz de los vivientes.
Las Platas eran tres viejecitas hermanas que vivían en Aguascalientes, México: Cayetana, Petronila y Dionisia Santoyo. Tenían un hermano de nombre Prudencio, siendo las viejecillas célibes y el hombre soltero; vivían en la casa de su propiedad, sita en la tercera calle de Hebe número trece, que se componía en aquel tiempo de zaguán, una pieza a la calle sin ventana, otra que hacía escuadra al Oriente, una pequeña cocina y luego un horno para pan. Todo lo demás de la casa era huerta de higueras y granados.
La lucha por la vida de esta familia era la de hacer una especie de pan llamado "cemitas de fiambre para los quince y sus armadas", que así se decía en aquel entonces. Pero, ¡qué cemitas tan sabrosas! Qué olores tan exquisitos despedían por todas las calles por donde iban pasando las señoritas Santoyo al reparto a sus marchantes. El tamaño de aquellas cemitas era grande y su precio sólo era de medio (seis centavos) las corrientes, y las finas, de manteca y canela, de a real (doce centavos). ¡Qué panes éstos! se deshacían en la boca, tal que si fueran polvorones. En aquel tiempo todo se trataba por medios, reales y pesetas; estas últimas monedas eran lo que se decía dos reales. Nuestras viejecitas no recibían otra moneda que no fuera la peseta en pago de su apetitoso pan.
Eran notables las señoritas Santoyo: vestían a la época, algo bien, portaban sus zarcillos y collares de reales y pesetas y unas peinetas altas con incrustaciones de medios de plata. El hermano vestía pantalones de charro, con botonaduras de pesetas y su fina camisa muy blanca, plisada, pechera con alforzas bien planchadas al almidón. Su traje ordinario era todo plisado y su camisa igualmente; parecía nada menos que un farol veneciano; al igual vestían todos los hombres de aquel entonces.
Las Platas poseían un capital de seis a siete mil pesos que habian logrado hacer por medio de sus ahorros, y éste en pesetas, y lo tenían guardado en una grande petaquilla y sepultado al pie de un granado agrio que era el primero de la pequeña huerta con que contaba la casa.
Muere la primera de las viejecitas, al poco tiempo la segunda, luego el señor, quedando sola la última que era Dionisia, quien fue recogida a miles de ruegos por un sobrino sacerdote, muy honorable y santo, de barrio, y la cual sobrevivió muy poco tiempo.
El sobrenombre de Platas les vino de que todo su capital que poseían era en pesetas de plata y todos sus adornos también de pesetas de plata.
La familia que ocupó después la casa y los vecinos aseguraban que las viejecitas se aparecían sentadas al pie de aquel granado, contando su tesoro y suponían, quienes las veían, que platicaban muy contentas.
No se supo jamás de ese tesoro.